LA IGLESIA ES UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA

811 "Esta es la única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y apostólica" (LG 8). Estos cuatro atributos, inseparablemente unidos entre sí (cf DS 2888), indican rasgos esenciales de la Iglesia y de su misión. La Iglesia no los tiene por ella misma; es Cristo, quien, por el Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una, santa, católica y apostólica, y Él es también quien la llama a ejercitar cada una de estas cualidades.

782 – Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt 5, 13-16).

795 Cristo y la Iglesia son, por tanto, el "Cristo total" ["Christus totus"]. La Iglesia es una con Cristo.

820 "Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21). El deseo de volver a encontrar la unidad de todos los cristianos es un don de Cristo y un llamamiento del Espíritu Santo (cf UR 1).

821 Para responder adecuadamente a este llamamiento se exige:
— una renovación permanente de la Iglesia en una fidelidad mayor a su vocación. Esta renovación es el alma del movimiento hacia la unidad (UR 6);
— la conversión del corazón para "llevar una vida más pura, según el Evangelio" (cf UR 7), porque la infidelidad de los miembros al don de Cristo es la causa de las divisiones;
Etc.

823 "La fe confiesa que la Iglesia... no puede dejar de ser santa.
En efecto, Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama 'el solo santo', amó a su Iglesia como a su esposa. Él se entregó por ella para santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de Dios" (LG 39). La Iglesia es, pues, "el Pueblo santo de Dios" (LG 12), y sus miembros son llamados "santos" (cf Hch 9, 13; 1 Co 6, 1; 16, 1).

827 La Iglesia es, pues, santa aunque abarque en su seno pecadores; porque ella no goza de otra vida que de la vida de la gracia; sus miembros, ciertamente, si se alimentan de esta vida se santifican; si se apartan de ella, contraen pecados y manchas del alma, que impiden que la santidad de ella se difunda radiante. Por lo que se aflige y hace penitencia por aquellos pecados, teniendo poder de librar de ellos a sus hijos por la sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo.

828 "La Iglesia en la Santísima Virgen llegó ya a la perfección, sin mancha ni arruga. En cambio, los creyentes se esfuerzan todavía en vencer el pecado para crecer en la santidad. Por eso dirigen sus ojos a María" (LG 65): en ella, la Iglesia es ya enteramente santa.

837 No se salva, en cambio, el que no permanece en el amor, aunque esté incorporado a la Iglesia, pero está en el seno de la Iglesia con el 'cuerpo', pero no con el 'corazón"'

852 "El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial" (RM 21). Él es quien conduce la Iglesia por los caminos de la misión. Ella "continúa y desarrolla en el curso de la historia la misión del propio Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres... impulsada por el Espíritu Santo, debe avanzar por el mismo camino por el que avanzó Cristo; esto es, el camino de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección"

853 Pero en su peregrinación, la Iglesia experimenta también "hasta qué punto distan entre sí el mensaje que ella proclama y la debilidad humana de aquellos a quienes se confía el Evangelio" (GS 43, 6). Sólo avanzando por el camino "de la conversión y la renovación" (LG 8; cf 15) y "por el estrecho sendero de Dios" (AG 1) es como el Pueblo de Dios puede extender el reino de Cristo (cf RM 12-20). En efecto, "como Cristo realizó la obra de la redención en la persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación" (LG 8).

865 La Iglesia es santa: Dios santísimo es su autor; Cristo, su Esposo, se entregó por ella para santificarla; el Espíritu de santidad la vivifica. Aunque comprenda pecadores, ella es "ex maculatis immaculata" ("inmaculada aunque compuesta de pecadores"). En los santos brilla su santidad; en María es ya la enteramente santa.

909 "Los laicos, además, juntando también sus fuerzas, han de sanear las estructuras y las condiciones del mundo

972 la Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia.
Textos procedentes del Catecismo de la Iglesia Católica difundido en internet.

¿Es Cristo pecador? No
¿Es el Cuerpo de Cristo pecador? No
¿Es María pecadora, Madre e imagen de la Iglesia? No
Por tanto, ¿Es la iglesia pecadora? No
El que seamos pecadores no significa que hagamos de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, pecador. Nos esforzamos por no pecar.
El que peca debe reconocer su pecado, arrepentirse e intentar reparar.
Justificar el pecado, generalizarlo, es corromper. En vez de luchar contra el mal, lo ampara, lo difunde, confunde, desorienta, desanima.
Si no se guarda la Palagra, los mandatos y preceptos del Señor, no se permanece en su Amor, en la vid, no se recibe la savia, se seca, deja de ser sal y luz en el mundo, se separa de la Iglesia, del Cuerpo de Cristo.
Y solo es el Cuerpo de Cristo el que resucita. Que el comparte con nosotros. Es la vid, nosotros los sarmientos. Los sarmientos necesitan de la savia para permanecer en la vid, savia que santifica.
María es Madre y figura de la Iglesia, la que dice: "Haced lo que Él os diga".

Juan 15, 4-14 Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis.
La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos.
Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.
Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado.
Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.
Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
Referencia a las palabras de Jesús de que todo lo que pidamos en su nombre, nos lo concederá, y haremos cosas incluso mayores de las que él hizo.
Y también referente a la promesa a Pedro de que todo lo que atare y desatare en la tierra, así se atará y desatará en el cielo.
No todo vale. Para que esto se produzca, condición de permanecer en su amor.
Hasta Pablo reprendió a Pedro por su simulación, su hipocresía. Gálatas 2,11
También de que para salvarse hay que ser parte del cuerpo de Cristo, que es el único que resucita. Resucitamos por el cuerpo de Cristo. Para ello nuevamente referencia a que debemos permanecer en su amor, que es tanto como decir, estar injertados en la viña. Sarmiento unido a la viña, al Cuerpo, por donde fluye la savia resucitada y resucitadora. Quien dice Cuerpo, dice Iglesia, dice María, santa, católica, apostólica y romana. Garantía de que vas por el mejor camino.



Tomó pan, dándote gracias,
lo partió (lo compartió)
y lo dio a sus discípulos diciendo: «Tomad y comed todos de él,
porque esto es mi Cuerpo,
que será entregado por vosotros».
Del mismo modo, acabada la cena,
tomó el cáliz
y, dándote gracias de nuevo,
lo pasó a sus discípulos, diciendo:
«Tomad y bebed todos de él,
porque éste es el cáliz de mi Sangre,
Sangre de la alianza nueva y eterna
que será derramada por vosotros
y por todos los hombres
para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía».
Del mismo modo, acabada la cena,
tomó el cáliz
y, dándote gracias de nuevo,
lo pasó a sus discípulos, diciendo:
«Tomad y bebed todos de él,
porque éste es el cáliz de mi Sangre,
Sangre de la alianza nueva y eterna
que será derramada por vosotros
y por todos los hombres
para el perdón de los pecados.
Haced esto en conmemoración mía».
Tengo sed de ti. 
Te amo, mi Dios, y mi solo deseo
es amarte hasta el último respiro de mi vida. 
Te amo, oh Dios infinitamente amoroso,
y prefiero morir amándote
antes que vivir sin un solo instante sin amarte.
Te amo, Señor, y la única gracia que te pido
es aquella de amarte eternamente. 
Dios mío, si mi lengua
no pudiera decir que te amo en cada instante, 
quiero que mi corazón te lo repita
tantas veces cuantas respiro. 
Te amo, oh mi Dios Salvador, 
porque has sido crucificado por mí, 
y me tienes aquí crucificado por Ti.
Dios mío, dame la gracia de morir amándote
y sabiendo que te amo. Amén.
EL MISTERIO DE CRISTO EN NOSOTROS Y EN LA IGLESIA.
Debemos continuar y completar en nosotros los estados y misterios de la vida de Cristo, y suplicarle con frecuencia que los consume y complete en nosotros y en toda su Iglesia.
Porque los misterios de Jesús no han llegado todavía a su total perfección y plenitud. Han llegado ciertamente a su perfección y plenitud en la persona de Jesús, pero no en nosotros, que somos sus miembros, ni en su Iglesia, que es su cuerpo místico.
El Hijo de Dios quiere comunicar y extender en cierto modo y continuar sus misterios en nosotros y en toda su Iglesia, ya sea mediante las gracias que ha determinado otorgarnos, ya mediante los efectos que quiere producir en nosotros a través de estos misterios. En este sentido quiere completarlos en nosotros.
Por esto san Pablo dice que Cristo halla su plenitud en la Iglesia y que todos nosotros contribuimos a su edificación y a la edad de Cristo en su plenitud, es decir, a aquella edad mística que él tiene en su cuerpo místico, y que no llegará a su plenitud hasta el día del juicio. El mismo Apóstol dice, en otro lugar, que él va completando las tribulaciones que aún le quedan por sufrir con Cristo en su carne mortal.
De éste modo el Hijo de Dios ha determinado consumar y completar en nosotros todos los estados y misterios de su vida. Quiere llevar a término en nosotros los misterios de su encarnación, de su nacimiento, de su vida oculta, formándose en nosotros y volviendo a nacer en nuestras almas por los santos sacramentos del bautismo y de la sagrada eucaristía, y haciendo que llevemos una vida espiritual e interior, oculta con él en Dios.
Quiere completar en nosotros el misterio de su pasión, muerte y resurrección, haciendo que suframos, muramos y resucitemos con él y en él. Finalmente, completará en nosotros su estado de vida gloriosa e inmortal cuando haga que vivamos con él y en él una vida gloriosa y eterna en el cielo. Del mismo modo quiere consumar y completar los demás estados y misterios de su vida en nosotros y en su Iglesia, haciendo que nosotros los compartamos y participemos de ellos, y que en nosotros sean continuados y prolongados.
Según esto, los misterios de Cristo no estarán completos hasta el final de aquel tiempo que él ha destinado para la plena realización de sus misterios en nosotros y en la Iglesia, es decir, hasta el fin del mundo.

Responsorio    Col 1, 24. 29
R. Ahora me alegro de los padecimientos que he sufrido por vosotros, * y voy completando en favor del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, las tribulaciones que aún me quedan por sufrir con Cristo en mi carne mortal.
V. Con este fin me esfuerzo y lucho, contando con la eficacia de Cristo, que actúa poderosamente en mí.
R. Y voy completando en favor del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, las tribulaciones que aún me quedan por sufrir con Cristo en mi carne mortal.

Este texto es de la 2ª lectura del oficio de lectura, para el VIERNES XXXIII.
Procede del Tratado de san Juan Eudes, presbítero, Sobre el reino de Jesús.
(Parte 3, 4: Opera omnia 1, 310-312).

Vivifica la vida de Jesús en ti.
Vivifica su Palabra.
Vivifica sus Sacramentos.
Adhiérete a Cristo. El Espíritu Santo hará el resto.
Toma tu cruz, y síguele.
Es el Camino, es la Verdad, es la Vida: AMOR.
Reinarás con Él.

Virgen del Signo
Juan 21, 15-19: Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos». Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le respondió: «Sí, Señor, sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas». Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras». De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme».

Quien siente a María en sí, se da cuenta de que siente a la Iglesia. Soy testigo. Sé fiel y verás.

El obispo (o arzobispo) puede no solo reflejar, ser imagen del Padre, sino también de la Madre, María, la Iglesia.
La Palabra es la que rige el mundo, a la Iglesia, a María.

SOBRE MARÍA Y LA IGLESIA

    El Hijo de Dios es el primogénito entre muchos hermanos. Por naturaleza es Hijo único, por gracia asoció consigo a muchos para que sean uno con él. Pues a cuantos lo recibieron les dio poder de llegar a ser hijos de Dios.
    Haciéndose él Hijo del hombre hizo hijos de Dios a muchos. El que es Hijo único asoció consigo, por su amor y su poder, a muchos. Éstos, siendo muchos por su generación según la carne, por la regeneración divina son uno con él.
    Cristo es uno, el Cristo total, cabeza y cuerpo. Uno nacido de un único Dios en el cielo y de una única madre en la tierra. Muchos hijos y un solo Hijo. Pues así como la cabeza y los miembros son un Hijo y muchos hijos, así también María y la Iglesia son una madre y muchas, una virgen y muchas.
    Ambas son madres, ambas son vírgenes; ambas conciben virginalmente del Espíritu Santo. Ambas dan a luz, para Dios Padre, una descendencia sin pecado. María dio a luz a la cabeza sin pecado del cuerpo; la Iglesia da a luz por el perdón de los pecados al cuerpo de esa cabeza. Ambas son madres de Cristo, pero ninguna de las dos puede, sin la otra, dar a luz al Cristo total.
    Por eso, en las Escrituras divinamente inspiradas, lo que se entiende en general de la Iglesia, virgen y madre, se entiende en particular de la virgen María; y lo que se entiende de modo especial de María, virgen y madre, se entiende de modo general de la Iglesia, virgen y madre. Y, cuando los textos hablan de una u otra, dichos textos pueden aplicarse indiferentemente a las dos.
    También se puede decir que cada alma fiel es esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda. Todo lo cual la misma Sabiduría de Dios, que es la Palabra del Padre, lo dice universalmente de la Iglesia, de modo especial de la Virgen María, e individualmente de cada alma fiel.
    Por eso dice: Habitaré en la heredad del Señor. La heredad del Señor en su significado universal es la Iglesia, en su significado especial es la Virgen María y en su significado individual es también cada alma fiel. Cristo permaneció nueve meses en el seno de María; permanecerá en el tabernáculo de la fe de la Iglesia hasta la consumación de los siglos; y en el conocimiento y en el amor del alma fiel por los siglos de los siglos.

Responsorio     Lv 26, 11-12; 2Có 6, 16
R. Pondré mi morada entre vosotros y no os rechazaré. * Caminaré entre vosotros y seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo.
V. Nosotros somos templo de Dios vivo, como dijo Dios.
R. Caminaré entre vosotros y seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo.

De los Sermones del beato Isaac, abad del monasterio de Stella (Sermón 51: PL 194, 1862-1863. 1865) , 2ª lectura del oficio de lectura para el sábado II de Adviento.

 Te amo, mi Dios, y mi solo deseo
es amarte hasta el último respiro de mi vida. 
Te amo, oh Dios infinitamente amoroso,
y prefiero morir amándote
antes que vivir sin un solo instante sin amarte. 
Te amo, Señor, y la única gracia que te pido
es aquella de amarte eternamente. 
Dios mío, si mi lengua
no pudiera decir que te amo en cada instante, 
quiero que mi corazón te lo repita
tantas veces cuantas respiro. 
Te amo, oh mi Dios Salvador, 
porque has sido crucificado por mí, 
y me tienes aquí crucificado por Ti.
Dios mío, dame la gracia de morir amándote
y sabiendo que te amo. Amén.
«Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará. En efecto, ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si se pierde a sí mismo o se destruye? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles.» († Lectura del santo Evangelio según san Lucas 9, 23-26)

La Iglesia está fundada sobre la piedra que confesó Pedro
De los tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan

Dios, además de otros consuelos, que no cesa de conceder al género humano, cuando llegó la plenitud de los tiempos, es decir, en el momento que él tenía determinado, envió a su Hijo unigénito, por quien creó todas las cosas, para que permaneciendo Dios se hiciera hombre y fuese el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús.
Y ello para que cuantos creyeran en él, limpios por el bautismo de todo pecado, fuesen liberados de la condenación eterna y viviesen de la fe, esperanza y caridad, peregrinando en este mundo y caminando, en medio de penosas tentaciones y peligros, ayudados por los consuelos espirituales y corporales de Dios, hacia su encuentro, siguiendo el camino que es el mismo Cristo.
Y a los que caminan en Cristo, aunque no se encuentran sin pecados, que nacen de la fragilidad de esta vida, les concedió el remedio saludable de la limosna como apoyo de aquella oración en la que él mismo nos enseñó a decir: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.
Esto es lo que hace la Iglesia, dichosa por su esperanza, mientras dura esta vida llena de dificultades. El apóstol Pedro, por la primacía de su apostolado, representaba de forma figurada la totalidad de la Iglesia.
Pues Pedro, por lo que se refiere a sus propiedades personales, era un hombre por naturaleza, un cristiano por la gracia, un apóstol, y el primero de ellos, por una gracia mayor; pero, cuando se le dice: Te daré las llaves del reino de los cielos, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo, representaba a toda la Iglesia, que en este mundo es batida por diversas tentaciones, como si fuesen lluvias, ríos, tempestades, pero que no cae, porque está fundamentada sobre la piedra, término de donde le viene el nombre a Pedro.
Y el Señor dice: Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, porque Pedro había dicho: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. «Sobre esta piedra que tú has confesado edificaré mi Iglesia». Porque la piedra era Cristo, él es el cimiento sobre el cual el mismo Pedro ha sido edificado, pues nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo.
La Iglesia, que está fundamentada en Cristo, ha recibido en la persona de Pedro las llaves del reino de los cielos, es decir, el poder de atar y desatar los pecados. La Iglesia, amando y siguiendo a Cristo, se libra de los males. Pero a Cristo le siguen más de cerca aquellos que luchan por la verdad hasta la muerte.
Este texto es del oficio de lectura para la memoria de san Pío V, el 30 de abril.

¿Quiere Dios que haya pobres? Ciertamente que no. La pobreza es consecuencia de la injusticia, del pecado, de las tinieblas. Pero la ayuda a necesitados es bendición para los que la procuran pues les edifica en el amor, la solidaridad, el respeto, la bondad, la generosidad, la justicia…. SALVA. Redime.
La Creación fue hecha para la utilidad y beneficio de todos, así como para adorar, dar gracias y bendecir al Creador.
El pecado ha transtornado esta relación. La injusticia del pecado da lugar a las desigualdades.
Dios mismo vino para salvarnos, para hacer justicia, haciéndose uno de nosotros. Y vino en pobreza y en necesidad.
Tras su venida, ¿a quién ha dado las llaves del Reino?
Al pobre, al indigente, al necesitado; al extranjero, a la viuda como viene en los Salmos.
La piedra desechada es la piedra angular.
Sirviéndoles, es como uno no solo se está sirviendo y protegiendo a sí mismo y su familia, sino que le abre la puerta de la salvación
El no atender al necesitado empobrece las relaciones humanas. Se es más egoísta, materialista. Disminuye el amor, la caridad, el respeto. Y al final repercute muy negativamente en la propia vida.
El buen trato al pobre, al indigente, al necesitado está salvaguardando el que cuando tú te encuentres en situación de necesidad (enfermo o en la vejez, por ejemplo) seas también tratado con dignidad, humanidad, amor, cariño.
Un ejemplo: Un hospital que no se centra en la persona, se puede convertir en una cadena de producción que desecha lo no rentable, defectuoso o viejo.



Índice de REZA EL SANTO ROSARIO*