Gracias, Señor, porque me llevas contigo
A la memoria de Javier

Testimonio aportado por su esposa fechado a 29-7-2011. Quiso y me dio permiso para poder darlo a conocer. Es ajena y probablemente desconoce la existencia de esta web. Transcripción:

Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza.

    Solo después de rezar pidiendo tu ayuda, me atrevo a escribir este testimonio que contará la infinita misericordia que has tenido para con nuestra familia.

    Javier, mi marido, el que tú tenías para mí desde siempre, ha muerto hace seis días, en total sumisión a tu voluntad, por un cáncer de colon que se manifestó hace un año. Esta gracia de aceptar su enfermedad, también nos la regalaste a nuestros hijos y a mí y así pudimos vivir cada momento sin dudar nunca de tu amor.

    Hace ya muchos años que nos llamaste a conocer en profundidad tu Iglesia, ella ha sido para nosotros madre y maestra, haciéndonos sentir el amor entre los hermanos y dándonos discernimiento para poder vivir nuestro matrimonio y educar a nuestros hijos en la fe.

    Siempre he sido una idealista por ello Javier era para mí mi príncipe y yo su princesa, pero gracias a la preciosa historia de salvación que nos preparaste, llena de debilidades y pecados que estoy segura que nos has perdonado ya, pudimos comprobar que solamente éramos dos esclavos llenos de soberbia y egoísmo.

    Cuando pensaba en escribir los acontecimientos que acabo de vivir, tú sabes que me asaltaba el deseo de ser aplaudida, pero también conoces que deseo profundamente que brille tu gloria para que el mundo conozca tus magníficas obras, así que te pido Señor que me concedas la humildad.

    Todavía recuerdo cuando el verano pasado nos dijeron que el tumor era maligno…. ¡que fuerza nos diste para no proyectarnos y poder vivir el día a día!

    La comunidad en la que vivimos la fe nos acompañó y en ese marco de oración Javier recibió el Sacramento de la Unción que le dio las fuerzas para afrontar la enfermedad. Si el mundo supiese el tesoro que encierran los sacramentos que nos has dejado anhelarían recibirlos, pero sin embargo tú has querido revelarlo solo a unos pocos.

    Has querido llamar también a nuestros seis hijos: Lorena, Nuria, Raquel, David, Sara y Pablo para subirlos a la barca de tu Iglesia y salvarlos así del oleaje de este mundo que tantas veces ha estado a punto de ahogarlos; te pido Señor que siempre los mantengas dentro de ella para que puedan sobrevivir a las tempestades que aún les aguardan.

    Hace casi ocho años nos regalaste un nuevo miembro para nuestra familia: mi cuñada Yolanda, que vino a vivir con nosotros cuando murió su madre. Ella tiene síndrome de Down y para mí ha sido el ejemplo más claro y revelador de la existencia de Dios, de tu existencia, pues cada vez que yo he sido injusta con ella, solo he recibido por respuesta el amor. Su llegada a nuestra casa supuso un cúmulo de bendiciones, entre ellas que nuestro hijo David haya recibido tu llamada para ser sacerdote; que Lorena, Nuria y Raquel hayan respondido a la vocación del matrimonio formando familias cristianas; que tengamos siete preciosas nietas: Isabel, Sara, Marta, Inés, Ana, Esther y Clara.

    ¡Cuántas bendiciones! Incluso cuando Javier se quedó en el paro y pudimos comprobar que tu Providencia es desbordante… ¡Cómo nos mimaste en aquella situación!

    … Y empezó la quimio con sus molestos efectos secundarios, sobretodo la pérdida de sensibilidad en las manos, el aborrecer la comida, el tremendo cansancio… Se probó con tres quimios diferentes pero no lograron detener el avance de la metástasis. Nos llenó de alegría que eligieses para llevar todo el proceso a una doctora con nuestras mismas creencias ¡las cosas son más fáciles cuando se habla un mismo lenguaje que nos une! Nunca olvidaré cuando ella nos dijo, con lágrimas en los ojos, que no se podía hacer ya nada más; a partir de ese momento Javier rezó por ella todos los días.

    Hubo una segunda unción de enfermos, esta vez en nuestra casa. Fue un momento inolvidable, unos instantes llenos de Espíritu Santo. Éramos veintiuna personas en el salón, el primer milagro es que hubiese sillas para todos. Después de recibir el sacramento, Javier nos dio su experiencia: Te agradeció la enfermedad que le habías dado pues con ella por fin se había sentido pequeño y necesitado de Ti, él, que siempre había sido de los de puñetazo en la mesa. Te bendijo por las fuerzas que le diste para afrontar la enfermedad y se abandonó a tu voluntad. Yo también te di gracias por tu amoroso cuidado. Después hablaron nuestros hijos… ¡Qué emoción sentí, sobretodo, cuando Pablo nos pidió perdón por sus rebeldías! Los yernos, otros hijos más, nos dieron muestras de su cariño. Allí estaban todos: Dani, nuestro querido ahijado, los hermanos de la comunidad… realmente vivimos la comunión de los santos.

    Pareció que Javier estaba esperando la vuelta de David del Seminario; a partir de ese martes la enfermedad se agravó a pasos agigantados para terminar con la muerte cuatro días más tarde.

    Le diste fuerza para arreglar todos los papeleos y poder traspasar la empresa que, con tu ayuda, había levantado… ¡hasta el último momento pensó en nosotros!

    Pasaron muchísimos acontecimientos preciosos, hasta nos enviaste un “ángel de la guarda” extra que nos ayudó en todo momento.

    Y llegó el último día.

    Fue un día lleno de oración. Por la mañana rezamos laudes en torno a su cama. Javier estaba casi siempre adormilado pero hubo dos momentos en que abrió los ojos y dijo estas dos frases: “Vosotros sois templo del Espíritu Santo” y “Guía nuestros pasos por el camino de la paz”. Nos enterneció escucharle.

    El rezo de vísperas fue entrañable. Javier volvió a decir dos frases: “Hoy, a última hora” y después sus últimas palabras para ti:

    “GRACIAS, SEÑOR, PORQUE ME LLEVAS CONTIGO” (es la frase que vamos a grabar en su lápida).

    El momento más difícil sucedió a continuación. Javier empezó a agitarse incontroladamente; realmente era el combate contra el maligno que quería arrebatarle su fe, puede que os parezca desmesurado lo que acabo de decir a aquellos que no creéis, pero todos los que seguimos a Cristo sabemos que nuestro camino se vive siempre en combate.

    Inmediatamente nos pusimos a rezar un rosario y le hicimos la señal de la Cruz sobre su cuerpo. El poder de tu madre la Virgen hizo maravillas. Javier se calmó. Su respiración se hizo agónica y en pocos minutos se durmió en ti.

    El sacerdote rezó un responso que nos consoló. Javier pasó a la otra orilla rodeado por su familia, dando la mano a sus dos hijos varones y con el consuelo de la oración. Y luego algo insólito para muchos: David cogió la guitarra y todos pudimos cantar con fuerza el Credo.

    A todos los que leáis este escrito os deseo que os acompañe siempre la gracia de Nuestro Señor Jesucristo.