De la 2ª lectura del Oficio de Lectura para el jueves XII

De las Homilías de san Gregorio de Nisa, obispo. (Homilía 6 Sobre las bienaventuranzas: PG 44, 1263-1266)
 DIOS ES COMO UNA ROCA INACCESIBLE
(….) Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón purificado. Nadie ha visto jamás a Dios, dice san Juan; y Pablo confirma esta sentencia con aquellas palabras tan elevadas: A quien ningún hombre vio ni puede ver. Asta es aquella piedra leve, lisa y escarpada, que aparece como privada de todo sustentáculo y aguante intelectual; de ella afirmó también Moisés en sus decretos que era inaccesible, de manera que nuestra mente nunca puede acercarse a ella por más que se esfuerce en alcanzarla, ni puede nadie subir por sus laderas escarpadas, según aquella sentencia: Nadie puede ver al Señor y seguir viviendo.
Y, sin embargo, la vida eterna consiste en ver a Dios. Y que esta visión es imposible lo afirman las columnas de la fe, Juan, Pablo y Moisés. ¿Te das cuenta del vértigo que produce en el alma la consideración de las profundidades que contemplamos en estas palabras? Si Dios es la vida, el que no ve a Dios no ve la vida. Y que Dios no puede ser visto lo atestiguan, movidos por el Espíritu divino, tanto los profetas como los apóstoles. ¿En qué angustias, pues, no se debate la esperanza del hombre? Pero el Señor levanta y sustenta esta esperanza que vacila. Como hizo en la persona de Pedro cuando estaba a punto de hundirse, al volver a consolidar sus pies sobre las aguas.
Por lo tanto, si también a nosotros nos da la mano aquel que es la Palabra, si, viéndonos vacilar en el abismo de nuestras especulaciones, nos otorga la estabilidad, iluminando un poco nuestra inteligencia, entonces ya no temeremos, si caminamos cogidos de su mano. Porque dice: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Responsorio    Jn 1, 18; Sal 144, 3
R. Nadie ha visto jamás a Dios; * el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer.

V. Grande es el Señor, merece toda alabanza, es incalculable su grandeza.

R. El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer.


Juan 14, 8 Le dice Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.»
9 Le dice Jesús: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú:
“Muéstranos al Padre”?
10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras.
11 Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras.
12 En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre.
13 Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

Entonces, ¿Dios ha sido visto por personas?
Se ha visto al Verbo, la manifestación corpórea de Dios. Dios en su Palabra, en sus milagros, en su Resurrección y Ascensión. En la nube, en la zarza, en la caricia del silencio.
Pero Dios es una luz inaccesible para el ser mortal.
¿Es posible contemplar el alma de una persona?
Puedes ver la manifestación corpórea de esa alma, que varía según esté triste o contento, alegre o deprimido, sano o enfermo, tenga el cuerpo más joven o sea más viejo. Incluso puedes no reconocerlo en función de cómo esté anímicamente o como adorne su cuerpo. Pero no ves directamente su alma.
Lo mismo ocurre con Dios. Puedes contemplar las manifestaciones de esa Luz que es Dios. No así verLe directamente.
Por ejemplo, puedes observar las manifestaciones del Sol, pero no verlo directamente sin quedarte ciego.
Podemos mirar directamente a la Luna, que refleja la luz del Sol, no así al Sol mismo.
A María vestida de Luz, con la Luna bajo sus pies.
A Jesús, al Santísimo Sacramento del Altar.
Pero directamente a Dios, en esta vida no, en esta dimensión de tiempo y espacio, no.
Así ocurre con el Santísimo, con el Sagrado Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo.
La apariencia, los sentidos parecen mostrarnos que son pan ácimo y vino con un poco de agua. Los ojos, el gusto y el tacto parecen indicarnos esto. Pero es realmente el Señor que contemplamos con los ojos de la Fe: Sencillez, humildad, anonadamiento, amor, cariño, ternura, perdón, misericordia, bondad, empatía, compasión....
¿Está ahí? Sí.
Es el que Es.
Y... para Él, nada hay imposible. Es omnipotente como diría santa Teresita.

Apocalipsis 12 1 Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza;


Apocalipsis 21, 22 Pero no vi Santuario alguno en ella; porque el Señor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero, es su Santuario. 23 La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero. 24 = Las naciones caminarán a su luz
Nota: Esta inspiración de comparación de Dios al sol, y María a la luna para explicar por qué Dios no puede ser visto directamente por cualquier persona me vino gracias a la homilía del obispo de Alcalá don Juan Antonio el 13/5/2020.
https://youtu.be/dmeVE6JkgYI

De la 2ª lectura del Oficio de Lectura para el SÁBADO XII

SEGUNDA LECTURA

De las Homilías de san Gregorio de Nisa, obispo. (Homilía 6 Sobre las bienaventuranzas: PG 44, 1270-1271)
DIOS PUEDE SER HALLADO EN EL CORAZÓN DEL HOMBRE
La salud corporal es un bien para el hombre; pero lo que interesa no es saber el porqué de la salud, sino el poseerla realmente. En efecto, si uno explica los beneficios de la salud, mas luego toma un alimento que produce en su cuerpo humores malignos y enfermedades, ¿de qué le habrá servido aquella explicación, si se ve aquejado por la enfermedad? En este mismo sentido hemos de entender las palabras que comentamos, o sea, que el Señor llama dichosos no a los que conocen algo de Dios, sino a los que lo poseen en sí mismos. Dichosos, pues, los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Y no creo que esta manera de ver a Dios, la del que tiene el corazón limpio, sea una visión externa, por así decirlo, sino que más bien me inclino a creer que lo que nos sugiere la magnificencia de esta afirmación es lo mismo que, de un modo más claro, dice en otra ocasión: El reino de Dios está dentro de vosotros; para enseñarnos que el que tiene el corazón limpio de todo afecto desordenado a las creaturas contempla, en su misma belleza interna, la imagen de la naturaleza divina.
Yo diría que esta concisa expresión de aquel que es la Palabra equivale a decir: «Oh vosotros, los hombres en quienes se halla algún deseo de contemplar el bien verdadero, cuando oigáis que la majestad divina está elevada y ensalzada por encima de los cielos, que su gloria es inexplicable, que su belleza es inefable, que su naturaleza es incomprensible, no caigáis en la desesperación, pensando que no podéis ver aquello que deseáis.»
Si os esmeráis con una actividad diligente en limpiar vuestro corazón de la suciedad con que lo habéis embadurnado y ensombrecido, volverá a resplandecer en vosotros la hermosura divina. Cuando un hierro está ennegrecido, si con un pedernal se le quita la herrumbre, en seguida vuelve a reflejar los resplandores del sol; de manera semejante, la parte interior del hombre, lo que el Señor llama el corazón, cuando ha sido limpiado de las manchas de herrumbré contraídas por su reprobable abandono, recupera la semejanza con su forma original y primitiva y así, por esta semejanza con la bondad divina, se hace él mismo enteramente bueno.
Por tanto, el que se ve a sí mismo ve en sí mismo aquello que desea, y de este modo es dichoso el limpio de corazón, porque al contemplar su propia limpieza ve, como a través de una imagen, la forma primitiva. Del mismo modo, en efecto, que el que contempla el sol en un espejo, aunque no fije sus ojos en el cielo, ve reflejado el sol en el espejo, no menos que el que lo mira directamente, así también vosotros -es como si dijera el Señor-, aunque vuestras fuerzas no alcancen a contemplar la luz inaccesible, si retornáis a la dignidad y belleza de la imagen que fue creada en vosotros desde el principio, hallaréis aquello que buscáis dentro de vosotros mismos.
La divinidad es pureza, es carencia de toda inclinación viciosa, es apartamiento de todo mal. Por tanto, si hay en ti estas disposiciones, Dios está en ti. Si tu espíritu, pues, está limpio de toda mala inclinación, libre de toda afición desordenada y alejado de todo lo que mancha, eres dichoso por la agudeza y claridad de tu mirada, ya que, por tu limpieza de corazón, puedes contemplar lo que escapa a la mirada de los que no tienen esta limpieza, y, habiendo quitado de los ojos de tu alma la niebla que los envolvía, puedes ver claramente, con un corazón sereno, un bello espectáculo. Resumiremos todo esto diciendo que la santidad, la pureza, la rectitud son el claro resplandor de la naturaleza divina, por medio del cual vemos a Dios.

Responsorio    Jn 14, 6. 9; 6, 47
R. Dice el Señor: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. * El que me ve, ve también al Padre.»

V. El que cree en mí tiene vida eterna.

R. El que me ve, ve también al Padre.


"Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos"....
"—Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella".
(Saint-Exupéry en "El Principito")

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