La Anunciación

La Anuciación
Se celebra la buena nueva anunciada por el Arcángel Gabriel a la Santísima Virgen María, que se encarnaría en ella el Hijo de Dios. El propósito divino de dar al mundo un Salvador, al pecador una víctima de propiciación, al virtuoso un modelo, se realiza al dar esta doncella –que debía permanecer virgen– su consentimiento al Hijo. El Verbo recibe de ella naturaleza humana sin dejar de ser Dios, para compartir nuestro dolor y muerte, y ser así para Dios adorador infinito y para la humanidad mediador omnipotente.

Del oficio de lectura para esta solemnidad
De las Cartas de san León Magno, Papa (Carta 28, a Flaviano, 3-4: PL 54, 763-767)
EL MISTERIO DE NUESTRA RECONCILIACIÓN
La majestad asume la humildad, el poder la debilidad, la eternidad la mortalidad; y, para saldar la deuda contraída por nuestra condición pecadora, la naturaleza invulnerable se une a la naturaleza pasible; de este modo, tal como convenía para nuestro remedio, el único y mismo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, pudo ser a la vez inmortal, por la conjunción en él de esta doble condición.
El que es Dios verdadero nace como hombre verdadero, sin que falte nada a la integridad de su naturaleza humana, conservando la totalidad de la esencia que le es propia y asumiendo la totalidad de nuestra esencia humana. Y, al decir nuestra esencia humana, nos referimos a la que fue plasmada en nosotros por el Creador, y que él asume para restaurarla.
Esta naturaleza nuestra quedó viciada cuando el hombre se dejó engañar por el maligno, pero ningún vestigio de este vicio original hallamos en la naturaleza asumida por el Salvador. Él, en efecto, aunque hizo suya nuestra misma debilidad, no por esto se hizo partícipe de nuestros pecados.
Tomó la condición de esclavo, pero libre de la sordidez del pecado, ennobleciendo nuestra humanidad sin mermar su divinidad, porque aquel anonadamiento suyo -por el cual, él, que era invisible, se hizo visible, y él, que es el Creador y Señor de todas las cosas, quiso ser uno más entre los mortales- fue una dignación de su misericordia, no una falta de poder. Por tanto, el mismo que, permaneciendo en su condición divina, hizo al hombre es el mismo que se hace él mismo hombre, tomando la condición de esclavo.
Y, así, el Hijo de Dios hace su entrada en la bajeza de este mundo, bajando desde el trono celestial, sin dejar la gloria que tiene junto al Padre, siendo engendrado en un nuevo orden de cosas.
En un nuevo orden de cosas, porque el que era invisible por su naturaleza se hace visible en la nuestra, el que era inaccesible a nuestra mente quiso hacerse accesible, el que existía antes del tiempo empezó a existir en el tiempo, el Señor de todo el universo, velando la inmensidad de su majestad, asume la condición de esclavo, el Dios impasible e inmortal se digna hacerse hombre pasible y sujeto a las leyes de la muerte.
El mismo que es Dios verdadero es también hombre verdadero, y en él, con toda verdad, se unen la pequeñez del hombre y la grandeza de Dios.
Ni Dios sufre cambio alguno con esta dignación de su piedad, ni el hombre queda destruido al ser elevado a esta dignidad. Cada una de las dos naturalezas realiza sus actos propios en comunión con la otra, a saber, la Palabra realiza lo que es propio de la Palabra, y la carne lo que es propio de la carne.
En cuanto que es la Palabra, brilla por sus milagros; en cuanto que es carne, sucumbe a las injurias. Y así como la Palabra retiene su gloria igual al Padre, así también su carne conserva la naturaleza propia de nuestra raza.
La misma y única persona, no nos cansaremos de repetirlo, es verdaderamente Hijo de Dios y verdaderamente hijo del hombre. Es Dios, porque ya al comienzo de las cosas existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios; es hombre, porque la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros.

Responsorio Cf. Lc 1, 31. 42
R. Recibe la palabra, Virgen María, que el Señor te anuncia por medio del ángel: concebirás y darás a luz al Dios hecho hombre, * para que te llamen bendita entre las mujeres. (T. P. Aleluya.)

V. Darás a luz un hijo sin perder tu virginidad, concebirás en tu seno y serás madre siempre intacta.

R. Para que te llamen bendita entre las mujeres. (T. P. Aleluya.)


lun 2a. Sem Pascua
Lectura que hubiese correspondido si hoy no se hubiese trasladado la Anunciación. En ella, Jesucristo nos indica cual debe ser nuestro nacimiento para alcanzar el ser hijos por adopción.

Evangelio: El que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios

† Lectura del santo Evangelio según san Juan 3, 1-8

R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Había un fariseo llamado Nicodemo, hombre principal entre los judíos, que fue de noche a ver a Jesús y le dijo:
«Maestro, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer las señales milagrosas que tú haces si Dios no está con él».
Jesús le contestó:
«Yo te aseguro que quien no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios».
Nicodemo le preguntó:
«¿Cómo puede nacer un hombre siendo ya viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y volver a nacer?»
Le respondió Jesús:
«Yo te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: “Tienen que renacer de lo alto”; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.


mar 2a. Sem Pascua
Evangelio: Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo

† Lectura del santo Evangelio según san Juan 3, 7-15

R. Gloria a ti, Señor Jesús.

En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo:
«No te extrañes de que te haya dicho: “Tienen que renacer de lo alto”. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu».
Nicodemo le preguntó entonces:
«¿Cómo puede ser esto?»
Jesús le respondió:
«Tú eres maestro de Israel, ¿y no sabes esto? Yo te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán si les hablo de las celestiales? Nadie ha subido al cielo, sino el Hijo del hombre que bajó del cielo y está en el cielo. Así como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna».

Palabra del Señor.
R.Gloria a ti, Señor Jesús.
Morir al pecado, para renacer con Cristo para la vida eterna.
Nuestra Madre celestial asumió la Vida, Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo. Dijo sí al Señor, he aquí la esclava del Señor. Y en las bodas de Caná: "Haced lo que Él os diga".
Ella está junto a Él en la Cruz, por eso Cristo nos la da como Madre.
Del costado abierto de Jesucristo, somos perdonados, redimidos y engendrados para la salvación, nos convertimos en hijos de Dios. Y María asumiendo en todo a Dios, es asunta tras su muerte al Cielo, se hace Uno con la divinidad, preparando el camino de sus hijos. El que nos mostró Jesucristo, el que ella recorrió.
Reina del Cielo, Madre nuestra, ayúdanos, guárdanos, auxilianos, intercede por nosotros, para que alcancemos ser hijos de Dios.

Himno del oficio de lectura para la solemnidad

¿Por qué bajaste a nosotros?
¿Por qué nos salvas, oh Cristo?
Desde el antiguo pecado,
desde el antiguo castigo,
llevamos la vida triste,
tenemos roto el camino.
Desde la serpiente artera,
desde el orgullo maldito,
la frente sólo sudores
y el campo da sólo espinos.

¿Por qué bajaste a nosotros?
¿Por qué nos salvas, oh Cristo?
En este mundo de vida
la muerte lanza su grito.
El Padre escuchó el lamento
desgarrador e infinito,
y en su locura de amor,
nos envió a su propio Hijo.

Tomó nuestra pobre carne,
se convirtió en nuestro amigo,
para matar en su cuerpo
la grandeza del delito.

¿Por qué bajaste a nosotros?
¿Por qué nos salvas, oh Cristo,
si tú nos lo diste todo
y nosotros lo perdimos?
Sabemos que por tu sangre
compraste un fruto perdido:
hombres de todas las razas
y de todos los caminos,
e hiciste de ellos un reino
de sacerdotes, oh Cristo.

Tómanos entre tus brazos,
que entre llantos y gemidos
tus creaturas esperamos
volver a tu paraíso.
¡Entréganos a tu Padre,
santo y eterno Principio! Amén.



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