Rm 8,14-17: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con Él para ser también con Él glorificados.
Cristo vino a salvarnos y comparte todo contigo si le sigues. Así es el AMOR.
Juan 1,1Al principio era el Verbo,
y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios.
2Él estaba al principio en Dios.
3Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho.
4En Él estaba la Vida, y la Vida era la Luz de los hombres.
5La Luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no La acogieron.

6Hubo un hombre enviado de Dios de nombre Juan.
7Vino éste a dar testimonio de la Luz, para testificar de ella y que todos creyeran por él.
8No era él la Luz, sino que vino a dar testimonio de la Luz.

9Era la Luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre.
10Estaba en el mundo y por Él fue hecho el mundo, pero el mundo no Le conoció.
11Vino a los suyos, pero los suyos no Le recibieron.
12Mas a cuantos Le recibieron les dio poder de venir a ser Hijos de Dios, a aquellos que creen en su Nombre;
13que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón, sino de Dios, son nacidos.
14Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su Gloria, Gloria como de Unigénito del Padre, lleno de Gracia y de Verdad.

15Juan da testimonio de Él clamando:
“Éste es de quien os dije:
El que viene detrás de mí ha pasado delante de mí, porque era primero que yo”.

16Pues de su plenitud recibimos todos Gracia sobre Gracia.
17Porque la Ley fue dada por Moisés, la Gracia y la Verdad vino por Jesucristo.
18A Dios nadie le vio jamás; Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, Ése Le ha dado a conocer.

I Juan 3,1Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!. El mundo no nos conoce porque no le conoció a ÉL.
2Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a ÉL, porque le veremos tal cual es.
3Todo el que tiene esta esperanza en ÉL se purifica a sí mismo, como él es puro.
....16En esto hemos conocido lo que es AMOR: en que ÉL dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos.


(1Jn 4, 9-11) Así Dios nos manifestó su amor:
envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él.
Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados.
Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros.
La gran noticia: antes de que el mundo fuera creado, el Padre y el Hijo se amaban, y ¡cómo se amaban!
El Hijo ya encarnado, en la última cena, en el momento de su despedida, a pesar de la cruz que había llevado en su existencia terrenal y la física que iba a padecer en su pasión y muerte de cruz, pide al Padre que podamos participar de su misma gloria, del amor que existía antes de la creación del mundo. Quiere que estemos allí donde Él estaba, con los mismos sentimientos de amor entre un padre y un hijo, amor divino.

San Juan 17, 2-26 "Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno –yo en ellos y tú en mí– para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que los has amado a ellos como me amaste a mí.
Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste.
Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos».

Por amor, fue creado el mundo, el hombre y a la mujer en libertad, porque solo en libertad se puede dar el amor verdadero.
Pero pecaron. Se apartaron de ese amor, y las consecuencias fueron graves: sufrimiento, dolor, muerte.
Sin embargo, el Señor no nos rechazó a pesar de la traición por el pecado. Es Él mismo el que transcurrido el tiempo previsto viene a salvarnos. Se hace uno de nosotros encarnándose en la virgen María para mostrarnos el camino de salvación, de retorno al Paraíso. Y no solo esto, sino para concedernos el ser hijos por adopción, porque así es el amor que lo da todo. Alcanzar la gloria de conocer y participar en el Amor divino, ese que se da antes de crear el mundo entre Padre e Hijo y por el cual se creó el mundo y que hizo que Dios mismo se encarnase, sufriera las consecuencias del pecado, y con ello la pasión y muerte de cruz, venciendo el mal y resucitando para que también nosotros podamos alcanzar la vida eterna, el amor.

¿Cuál es la gran noticia, por tanto? Que el Señor quiere que conozcamos, que vivamos, que seamos parte de ese amor que es, que era y que será. El amor entre el Padre y el Hijo que se daba antes de crear el mundo y por el cual fue creado el mundo.
Mira bien a tu alrededor. Fíjate en las estrellas, el cielo, el sol y la luna, el mar, los ríos y embalses; las montañas, los valles y la tierra; los seres creados y la humanidad, el amor de una madre o un padre por sus hijos.
¿Cómo será ese amor por el que todo esto fue creado?
Y… a pesar de su grandeza, contempla como ese Amor se anonada, se humilla, desciende y se hace criatura en el seno de una virgen. Se hace uno de nosotros, con nuestras debilidades y temores. Y lo hace para rescatar a la humanidad que pecando intenta destruir ese amor...
Contempla la inmensidad de ese amor, su donación, servicialidad, gratuidad, sacrificio, martirio, pasión y muerte para hacer justicia, perdonar, redimir, salvar; encaminar a cada persona a la salvación. Amor hasta el extremo obrando y soportando como ser humano.
Y… a pesar de la crueldad soportada por el que solo vino a hacer el Bien y a rescatarnos mostrándonos el camino de la salvación, nos promete que siguiendo este camino, nos hace hermanos, hijos adoptivos del Padre.
Comparte Su sitio para que vivas ese amor tan inmenso, inefable que existía antes de la creación, por el que se creó el mundo y por el que el mismo Dios se humilló hasta el extremo y sufrió la vida terrenal, su pasión y muerte de cruz, para salvarnos, encaminarnos al Amor.
Y, tras su resurrección confirma sus promesas como leemos en san
Juan 20, 17 : "Ve a decir a mis hermanos: Subo a mi padre, y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios", le dice a la Magdalena para que lo transmita a los discípulos, a aquellos que ponen la Palabra de Dios por obra.
San Juan 17, 3-6 Esta es la Vida eterna:
que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo.
Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste.
Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera.
Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos.
Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra.

C O M P A R T I R



Habíamos ido a visitar la tumba de mi padre. Después, visita a un santuario de la Virgen y, más tarde a comer a un restaurante.
Para el 2º plato, pedí lo que hubiese elegido mi difunto padre. En su memoria, salmonetes. Además apoyaba a los pescadores locales.
Pensé que me traerían pequeños y varios. Sin embargo eran 2, y bien hermosos. Pero lo mejor, su sabor, el pescado me supo a gloria.
En estos casos uno no dice nada, se hace el despistado si le preguntan, y se los zampa. Pero no fue así.
Mi cosa estaba en compartir, en que comieran el 2º salmonete.
Sin ningún respeto humano, conseguí distribuirlo.
Y me sentí fenomenal. ¡Qué bien! Viví la dicha de compartir.
Anteriormente, y mientras esperábamos este segundo plato, tuve que compartir el pan que, cuando comencé a bendecir de forma privada, interiormente, generaba algunas reticencias, cierto yu-yu diría yo, pero ahora se me pedía con insistencia.
Y… de postre requesón. Con miel me lo trajeron. También conseguí repartirlo.
Al cabo de las horas me di cuenta del por qué me hizo feliz esta comida.
Empecé a recordar las referencias bíblicas: el pan y los peces, el requesón con miel.
Pero sobre todo el compartir, fruto de la buena intención de hacer memoria, de servir, de compartir.
De forma tan sencilla, el Señor hizo morada. "Todos comieron y quedaron satisfechos".
La dicha estuvo en compartir, una puerta que se abre y que vivifica la palabra y te ayuda a luchar contra el mal del egoísmo.
La sensación de que quien compartía, repartía, era generoso, era Él.
Tiempo después intenté hacer lo mismo con un entrecot.
Pero además de que tuve en principio cierta resistencia interior a la generosidad, también externamente se dieron dificultades a que pudiera compartir.
Lo cual confirma que es necesario que el Espíritu acompañe. Que Cristo viva en nosotros.
Se abrió una puerta que ya nunca se volverá a cerrar. Una experiencia que vivifica la Palabra y te ayuda a luchar contra la tentación del egoísmo, el materialismo.
Habrá momentos de luchas, aridez, dificultades, tentación, pero querrás volver a vivir la humildad, la sencillez, la generosidad del Señor.
Se ha producido una referencia a seguir.

En conclusión: comparte tu trabajo, lo que tengas con los demás, especialmente con los necesitados.
Por muchos derechos adquiridos no es justo que a unos les sobre y a otros les falte.
Y recuerda, la piedra desechada, es la piedra angular. La pobreza de Jesús, su humildad y sencillez, su anonadamiento, su donación, servicialidad y gratuidad salvan al mundo.
Si no defiendes los derechos de los necesitados (eso sí que son derechos divinos, naturales y reales), estás permitiendo que socaven los cimientos.
De la paz y el amor se pasa al enfrentamiento y al odio entre clases.
De la fortaleza por defender lo justo a la debilidad en defender lo que no lo es tanto.
De la libertad de todos, al control, sometimiento y miedo al poderoso.
Defendiendo los justos derechos del necesitado, su dignidad, te estás defendiendo a ti mismo y a tu familia, frente a la arbitrariedad del poderoso.
Sin duda que la sanidad pública, universal y gratuita es pilar de la sociedad.
¿Qué hacía Jesús? ¿Qué pidió a sus discípulos? ¿Qué dijo de los que en Su Nombre curaban? ¿Qué hizo el buen samaritano?...
No permitas que en el campo de trigo vayan sembrando la cizaña de la división, la exclusión, la marginación… en definitiva la malquerencia, el odio.
Defiende los justos derechos del necesitado y nos defenderás a todos.
El Señor estará contigo.
Si Dios quiere compartir todo contigo, haz tu lo mismo, comparte.


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