Exaltación de la Santa Cruz
(14 de Setiembre; 3 de mayo en algunos lugares de América)
Rojo
Fiesta


El año 335, en tiempos de Constantino, se dedicó solemnemente una basílica sobre el sepulcro de Jesús en Jerusalén y se celebró también el hallazgo de la verdadera cruz de Cristo.
La Cruz de Cristo es el trofeo de su victoria pascual sobre la muerte. El Hijo del hombre levantado en alto es exaltado. El Crucificado por su obediencia hasta la muerte es glorificado. Así, Él, desde la Cruz gloriosa es el Árbol de la Vida que otorga los frutos del Espíritu.

Antífona de Entrada
Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: en él está nuestra salvación, vida y resurrección; él nos ha salvado y liberado.

Se dice «Gloria»

Oración Colecta
Oremos:
Señor, Dios nuestro, que has querido realizar la salvación de todos los humanos por medio de tu Hijo, muerto en la cruz; concédenos, te rogamos, a quienes hemos conocido en la tierra este misterio, alcanzar en el cielo los premios de la redención.
Por nuestro Señor Jesucristo...
R. Amén.

Primera Lectura: Si alguno era mordido y miraba la serpiente de bronce quedaba curado

Lectura del libro de los Números 21, 4-9

En aquellos días, el pueblo se impacientó y murmuró contra Dios y contra Moisés diciendo:
«¿Por qué nos sacaste de Egipto para morir en el desierto? No tenemos pan ni agua y ya estamos hastiados de ese pan sin consistencia».
Entonces Dios envió contra el pueblo serpientes venenosas que los mordían, y murieron muchos israelitas. Entonces el pueblo acudió a Moisés diciendo:
«Hemos pecado murmurando contra el Señor y contra ti; ruega al Señor para que aparte de nosotros las serpientes».
Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió:
«Haz una serpiente de bronce y colócala en un estandarte: los mordidos por serpiente quedarán curados al mirarla».
Moisés hizo una serpiente de bronce y la levantó en un asta; cuando uno era mordido, miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial 77

No olvidemos las hazañas del Señor.

Escucha, pueblo mío, mi enseñanza, presten oídos a las parábolas de mi boca. Abriré mi boca y les hablaré en parábolas; anunciaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.
No olvidemos las hazañas del Señor.

Cuando Dios los hacía morir, lo buscaban y madrugaban para volverse hacia él. Se acordaban de que Dios era su auxilio; el Dios altísimo su redentor.
No olvidemos las hazañas del Señor.

Lo adulaban con su boca, le mentían con la lengua; su corazón no era sincero con él ni eran fieles a su alianza.
No olvidemos las hazañas del Señor.

Pero él sentía lástima de ellos, les perdonaba su culpa y no los destruía. Muchas veces dominó su ira y apago el furor de su cólera.
No olvidemos las hazañas del Señor.

Segunda Lectura: Cristo se humilló a sí mismo, por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11

Cristo Jesús, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres.
Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que, al nombre de Jesús, todos doblen la rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo.
Aleluya.

Evangelio: El hijo del hombre tiene que ser levantado

Lectura del santo Evangelio según san Juan 3, 13-17

En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Se dice «Credo».

Oración de los fieles
Celebrante: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre: él es nuestro único Mediador y Sacerdote, al ofrecer una vez y para siempre su sacrificio en la cruz; para que, ya resucitado, interceda ante el Padre por la Iglesia en la tierra:
A cada petición respondemos:
Escúchanos, Padre.

Para que, por el poder de la cruz de Cristo, el Padre conceda a su Iglesia la firmeza en la fe, el valor en la esperanza y la entrega en el amor, oremos al Señor.
Escúchanos, Padre.

Para que, por la eficacia salvífica de la cruz de Cristo, el Señor conceda la paz y la reconciliación entre todos los seres humanos de buena voluntad. Oremos al Señor.
Escúchanos, Padre.

Para que, por la cruz salvadora, el Padre sostenga a los enfermos, dé fortaleza y aliento a los oprimidos y conforte a cuantos comparten la pasión de Cristo. Oremos al Señor.
Escúchanos, Padre.

Para que, por la cruz redentora, el Señor robustezca a cuantos predican el Evangelio en tierras lejanas y en los grupos más alejados de la Iglesia. Oremos al Señor.
Escúchanos, Padre.

Para que, por la fuerza de la cruz del Señor, el Padre otorgue a cuantos con ella hemos sido marcados el Espíritu de fortaleza y de paciencia, de paz y de amor.
Oremos al Señor.
Escúchanos, Padre.


Celebrante: Dios y Padre nuestro, que levantaste sobre todo a tu Hijo, obediente hasta la muerte, y muerte de cruz; escucha la oración de cuantos creemos en Él y queremos seguir su camino de entrega, de sacrificio por amor a ti y a nuestros hermanos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

Oración sobre las Ofrendas
Señor, que nos limpie de toda culpa este sacrificio, el mismo que, ofrecido en el altar de la cruz, quitó el pecado del mundo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

Prefacio: La gloriosa victoria de la Cruz

V. El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.

V. Levantemos el corazón.
R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.

V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R. Es justo y necesario.

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque has puesto la salvación del género humano en el árbol de la Cruz, para que, donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida, y el que venció en un árbol, fuera en un árbol vencido, por Cristo, Señor nuestro.
Por él,
los ángeles y arcángeles y todos los coros celestiales celebran tu gloria, unidos en común alegría.
Permítenos asociarnos a sus voces cantando humildemente tu alabanza:
Santo, Santo, Santo…

Antífona de la Comunión
Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí, dice el Señor.

Oración después de la Comunión
Oremos: Fortalecidos con esta Eucaristía, te pedimos, Señor Jesucristo, que lleves a la gloria de la resurrección a los que has redimido en el madero salvador de la Cruz. Tú que vives y reinas, por los siglos de los siglos.
R. Amén.


Lectio Divina de la Exaltación de la santa Cruz
La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz nació en Jerusalén y se extendió después por todo el Oriente, donde aún se celebra como la de la Pascua. El 13 de septiembre del año 335 fue consagrada la basílica de la Resurrección mandada construir por Elena y Constantino y al día siguiente se recordó al pueblo el significado profundo de la iglesia, mostrando lo que quedaba de la cruz del Salvador. En Roma se conocía ya a comienzos del siglo VI la existencia de una fiesta de la Santa Cruz como recuerdo de la recuperación de la reliquia, pero sólo hacia mediados del siglo VII se empezó a mostrar -el 14 de septiembre- el lignum crucis a la veneración del pueblo, como signo e instrumento de salvación.
Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que al día siguiente de la dedicación de la basílica de la Resurrección, erigida sobre el Sepulcro de Cristo, es ensalzada y venerada como trofeo pascual de su victoria y signo que aparecerá en el cielo, anunciando a todos la segunda Venida (elog. del Martirologio Romano).

- Núm 21, 4b-9. Cuando una serpiente mordía a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida.
o bien: Flp 2, 6-11. Se humilló a sí mismo; por eso Dios lo exaltó sobre todo.
- Sal 77. R. No olvidéis las acciones del Señor.
- Jn 3, 13-17. Tiene que ser elevado el Hijo del hombre.
LECTIO
Texto procedente de la web https://www.santaclaradeestella.es/ORACIONES/LECTIO_DIVINA_(2022-09-SEPTIEMBRE).htm

Primera lectura: Número 21,4b-9
En aquellos días, el pueblo comenzó a impacientarse
5 y a murmurar contra el Señor y contra Moisés, diciendo: -¿Por qué nos habéis sacado de Egipto para hacernos morir en este desierto? No hay pan ni agua, y estamos ya hartos de este pan tan liviano.
6 El Señor envió entonces contra el pueblo serpientes muy venenosas que los mordían. Murió mucha gente de Israel,
7 y el pueblo fue a decir a Moisés: -Hemos pecado al murmurar contra el Señor y contra ti. Pide al Señor que aleje de nosotros las serpientes.
8 Moisés intercedió por el pueblo y el Señor le respondió: -Hazte una serpiente de bronce, ponla en un asta y todos los que hayan sido mordidos y la miren quedarán curados.
9 Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso en un asta. Cuando alguno era mordido por una serpiente, miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.

**• El autor del libro de los Números narra en los capítulos 20-21 las últimas peripecias de los judíos en el desierto, antes de su entrada en la tierra prometida. El pueblo murmura porque no tiene lo que desea; se rebela, no soporta el cansancio del camino (v. 2) a causa del hambre {«estamos ya hartos de este pan tan liviano») y de la sed (v. 5). Cegado por tales molestias, no consigue reconocer el poder de Dios, ya no tiene fe en el Señor; más aún, le consideran como alguien que envenena la vida. Dios manifiesta su juicio de castigo respecto al pueblo enviando serpientes venenosas (v. 6). Frente a la experiencia de la muerte, los judíos reconocen el pecado cometido alejándose de Dios y piden perdón. Y como la serpiente con su mordedura resultaba letal, así ahora su imagen de bronce puesta encima de un asta se vuelve motivo de salvación física para todo el que hubiera sido mordido.
El evangelio de Juan reconocerá en la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto la prefiguración profética del levantamiento del Hijo del hombre crucificado.
o bien:
Primera lectura: Filipenses 2,6-11
6 Cristo, a pesar de su condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios.
7 Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre,
8 se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
9 Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nombre,
10 para que ante el nombre de Jesús doble la rodilla todo lo que hay en los cielos, en la tierra y en los abismos,
11 y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

**• Se trata de un magnífico himno cristológico prepaulino. Complejo en cada una de las expresiones que lo constituyen, puede entenderse a partir de la expresión "tesoro celoso" (en castellano "alarde"), en griego harpagmós (v. 6), que literalmente significa "objeto de rapiña". ¿Qué significado puede tener la afirmación: Cristo, que es de condición (morphé) divina, no considera su igualdad a Dios un objeto de rapiña?
Se sobreentiende aquí el parangón con Adán, quien no siendo de tal condición quiso robarla. Pablo propone a la comunidad de Filipos el ejemplo del nuevo Adán, Cristo. Este aceptó reparar, mediante la humildad y la obediencia hasta la muerte más ignominiosa, la soberbia desobediencia del primer Adán, que precipitó a todo el género humano en el pecado y la muerte (cf. Rom 5,18s). Cristo se vació de sí mismo y tomó la condición de esclavo, que es la nuestra (v. 7), hasta las últimas consecuencias.
A su voluntario anonadamiento responde la acción de Dios (vv. 9-11), que no sólo "lo ha exaltado", sino "superexaltado". Ahora todo el universo está llamado a proclamar que Jesucristo es Kyrios, Señor, es decir, Dios, y esta confesión es para gloria del Padre.
Evangelio: Juan 3,13-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
13 Nadie ha subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre.
14 Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto,
15 para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
16 Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
17 Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él.

**- Los vv. 13-17 del evangelio de Juan forman parte del extenso discurso que responde a la pregunta de Nicodemo y en el que pone de manifiesto la necesidad de la fe para tener la vida eterna y escapar del juicio de condena. Jesús, el Hijo del hombre (v. 13), procede del seno del Padre; es el que «vino de allí» (v. 13), el único que ha visto a Dios y puede comunicar su proyecto de amor, cuya realización se encuentra en el don del Hijo unigénito. Jesús se compara con la serpiente de bronce (cf. Nm 21,4-9), afirmando que el pleno cumplimiento de cuanto pasó en el desierto tendrá lugar cuando él sea levantado en alto, es decir, en la cruz (v. 14), para la salvación del mundo (v. 17). Todo el que le mire con fe, es decir, todo el que crea que el Cristo crucificado es el Hijo de Dios, el salvador, tendrá la vida eterna.
El hombre, al acoger en él el don del amor del Padre, pasa de la muerte del pecado a la vida eterna. Sobre el fondo de este texto aparece el cuarto canto del «Siervo de YHWH» (cf. Is 52,13ss), donde volvemos a encontrar unidos los verbos «levantar» y «glorificar». Se comprende, por tanto, que Juan quiere presentar la cruz, punto extremo de la ignominia, como cumbre de la gloria.
MEDITATIO
Cada vez que leemos la Palabra de Dios crece en nosotros la certeza de que Jesús da pleno cumplimiento a la historia del pueblo hebreo y a nuestra historia: en efecto, no vino a abolir, sino a dar cumplimiento. Jesús es aquel que ha bajado del cielo, aquel que conoce al Padre, que está en íntima unión con él El Padre y yo somos uno»: Jn 10,30), y ha sido enviado por el Padre para revelar el misterio salvífico, el misterio de amor que se realizará con su muerte en la cruz. Jesús crucificado es la manifestación máxima de la gloria de Dios. Por eso, la cruz se convierte en símbolo de victoria, de don, de salvación, de amor.
Todo lo que podamos entender con la palabra «cruz» - a saber: el dolor, la injusticia, la persecución, la muerte - es incomprensible si lo miramos con ojos humanos.
Sin embargo, a los ojos de la fe y del amor aparece como medio de configuración con aquel que nos amó primero. Así las cosas, ya no vivimos el sufrimiento como un fin en sí mismo, sino que se convierte en participación en el misterio de Dios, camino que nos conduce a la salvación.
Sólo si creemos en Cristo crucificado, es decir, si nos abrimos a la acogida del misterio de Dios que se encarna y da la vida por toda criatura; sólo si nos situamos frente a la existencia con humildad, libres de dejarnos amar para ser a nuestra vez don para los hermanos, seremos capaces de recibir la salvación: participaremos en la vida divina de amor.
Celebrar la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz significa tomar conciencia en nuestra vida del amor de Dios Padre, que no ha dudado en enviarnos a Cristo Jesús: el Hijo que, despojado de su esplendor divino y hecho semejante a nosotros los hombres, dio su vida en la cruz por cada ser humano, creyente o incrédulo (cf. Flp 2,6-11). La cruz se vuelve el espejo en el que, reflejando nuestra imagen, podemos volver a encontrar el verdadero significado de la vida, las puertas de la esperanza, el lugar de la comunión renovada c
on Dios.
ORATIO
Oh cruz, inefable amor de Dios y gloria del cielo.
Cruz, salvación eterna; cruz, miedo de los réprobos.
Oh cruz, apoyo de los justos, luz de los cristianos,
por ti Dios encarnado se hizo esclavo en la tierra;
por medio de ti ha sido hecho en Dios rey en el cielo;
por ti ha salido la verdadera luz,
la noche maldita ha sido vencida.
Tú hiciste hundirse para los creyentes
el panteón de las naciones;
eres tú el alma de la paz
que une a los hombres en Cristo mediador.
Eres la escalera por la que el hombre sube al cielo.
Sé siempre para nosotros, tus fieles, columna y ancla;
rige nuestra morada.
Que en la cruz se consolide nuestra fe,
que en ella se prepare nuestra corona.
(Paulino de Ñola.)
CONTEMPLATIO
Elevándose, pues, a Dios a impulsos del ardor seráfico de sus deseos y transformado por su tierna compasión en aquel que a causa de su extremada caridad quiso ser crucificado: cierta mañana de un día próximo a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, mientras oraba en uno de los flancos del monte, vio bajar de lo más alto del cielo a un serafín que tenía seis alas tan ígneas como resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó hacia el lugar donde se encontraba el varón de Dios, deteniéndose en el aire. Apareció entonces entre las alas la efigie de un hombre crucificado, cuyas manos y pies estaban extendidos a modo de cruz y clavados a ella. Dos alas se alzaban sobre la cabeza, dos se extendían para volar y las otras dos restantes cubrían todo su cuerpo.
Ante tal aparición, quedó lleno de estupor el santo y experimentó en su corazón un gozo mezclado de dolor. Se alegraba, en efecto, con aquella graciosa mirada con que se veía contemplado por Cristo bajo la imagen de un serafín; pero, al mismo tiempo, el verlo clavado a la cruz era como una espada de dolor compasivo que atravesaba su alma.
Estaba sumamente admirado ante una visión tan misteriosa, sabiendo que el dolor de la pasión de ningún modo podía avenirse con la dicha inmortal de un serafín.
Por fin, el Señor le dio a entender que aquella visión le había sido presentada así por la divina Providencia para que el amigo de Cristo supiera de antemano que había de ser transformado totalmente en la imagen de Cristo crucificado no por el martirio de la carne, sino por el incendio de su espíritu.
Así sucedió, porque al desaparecer la visión dejó en su corazón un ardor maravilloso, y no fue menos maravillosa la efigie de las señales que imprimió en su carne («Leyenda mayor», en Fuentes franciscanas, versión electrónica).
ACTIO
Repite a menudo y medita durante el día: «El Hijo del hombre tiene que ser levantado en la cruz, para que todo el que crea en él tenga vida eterna» (cf.Jn 3,14-15).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Jesús conquista a los hombres por la cruz, que se convierte en el centro de atracción, de salvación para toda la humanidad.
Quien no se rinde a Cristo crucificado y no cree en él no puede obtener la salvación. El hombre es redimido en el signo bendito de la cruz de Cristo: en ese signo es bautizado, confirmado, absuelto.
El primer signo que la Iglesia traza sobre el recién nacido y el último con el que conforta y bendice al moribundo es siempre el santo signo de la cruz. No se trata de un gesto simbólico, sino de una gran realidad.
La vida cristiana nace de la cruz de su Señor, el cristiano es engendrado por el Crucificado, y sólo adhiriéndose a la cruz de su Señor, confiando en los méritos de su pasión, puede salvarse.
Ahora bien, la fe en Cristo crucificado debe hacernos dar otro paso. El cristiano, redimido por la cruz, debe convencerse de que su misma vida debe estar marcada - y no sólo de una manera simbólica- por la cruz del Señor, o sea, que debe llevar su impronta viva. Si Jesús ha llevado la cruz y en ella se inmoló, quien quiera ser discípulo suyo no puede elegir otro camino: es el único que conduce a la salvación porque es el único que nos configura con Cristo muerto y resucitado.
La consideración de la cruz nunca debe ser separada de la consideración de la resurrección, que es su consecuencia y su epílogo supremo. El cristiano no ha sido redimido por un muerto, sino por un Resucitado de la muerte en la cruz; por eso, el hecho de que Jesús llevara la cruz debe ser confortado siempre con el pensamiento del Cristo crucificado y por el del Cristo resucitado (G. di S. M. Magdalena, Infinita divina, Roma 1980, pp. 342ss).

Oficio de Lectura en la festividad de la santa Cruz

SEGUNDA LECTURA

De las Disertaciones de san Andrés de Creta, obispo
(Disertación 10, Sobre la Exaltación de la santa cruz: PG 97, 1018-1019. 1022·1023)
LA CRUZ ES LA GLORIA Y EXALTACIÓN DE CRISTO
Por la cruz, cuya fiesta celebramos, fueron expulsadas las tinieblas y devuelta la luz. Celebramos hoy la fiesta de la cruz, y junto con el Crucificado nos elevamos hacia lo alto, para, dejando abajo la tierra y el pecado, gozar de los bienes celestiales; tal y tan grande es la posesión de la cruz. Quien posee la cruz posee un tesoro y, al decir un tesoro, quiero significar con esta expresión a aquel que es, de nombre y de hecho, el más excelente de todos los bienes, en el cual, por el cual y para el cual culmina nuestra salvación y se nos restituye a nuestro estado de justicia original.
Porque, sin la cruz, Cristo no hubiera sido crucificado. Sin la cruz, aquel que es la vida no hubiera sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado, las fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la sangre y el agua que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en que constaba la deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no disfrutaríamos del árbol de la vida, el paraíso continuaría cerrado. Sin la cruz, no hubiera sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los muertos.
Por esto la cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque ella es el origen de innumerables bienes, tanto más numerosos, cuanto que los milagros y sufrimientos de Cristo juegan un papel decisivo en su obra de salvación. Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufrimiento y el trofeo del mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; el trofeo, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue vencida la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región de los muertos, y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el mundo.
La cruz es llamada también gloria y exaltación de Cristo. Ella es el cáliz rebosante de que nos habla el salmo, y la culminación de todos los tormentos que padeció Cristo por nosotros. El mismo Cristo nos enseña que la cruz es su gloria, cuando dice: Ya ha entrado el Hijo del hombre en su gloria, y Dios ha recibido su glorificación por él, y Dios a su vez lo revestirá de su misma gloria. Y también: Glorifícame tú, Padre, con la gloria que tenía junto a ti antes que el mundo existiese. Y asimismo dice: «Padre, glorifica tu nombre.» Y, de improviso, se dejaron oír del cielo estas palabras: «Lo he glorificado y lo glorificaré de nuevo», palabras que se referían a la gloria que había de conseguir en la cruz.
También nos enseña Cristo que la cruz es su exaltación, cuando dice: Yo, cuando sea levantado en alto, atraeré a mí a todos los hombres. Está claro, pues, que la cruz es la gloria y exaltación de Cristo.

Responsorio
R. ¡Oh cruz admirable, en cuyas ramas estuvo suspendido el tesoro y la redención de los cautivos! * Por ti el mundo fue redimido con la sangre de su Señor. Aleluya.

V. ¡Salve, oh cruz, que fuiste consagrada por el cuerpo de Cristo, y estuviste adornada con sus sagrados miembros como con piedras preciosas!

R. Por ti el mundo fue redimido con la sangre de su Señor. Aleluya.


Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO*


Oración
Oremos:
Señor, Dios nuestro, que has querido salvar a los hombres por medio de tu Hijo muerto en la cruz, te pedimos, ya que nos has dado a conocer en la tierra la fuerza misteriosa de la cruz de Cristo, que podamos alcanzar en el cielo los frutos de la redención.
—Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

Conclusión
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

Oficio de Lectura para el SÁBADO XXIII


SEGUNDA LECTURA

De las Disertaciones de san Atanasio, obispo
(Disertación sobre la encarnación del Verbo, 10: PG 25, 111-114)
RENUEVA NUESTROS DÍAS COMO ANTAÑO
El Verbo eterno del Padre no abandonó la naturaleza humana que corría hacia su ruina, sino que con la oblación de su propio cuerpo destruyó la muerte bajo cuyo dominio el hombre había sucumbido, con sus enseñanzas corrigió los errores humanos y con su poder restauró los bienes que el género humano había perdido.
Quienquiera que lea los escritos de los discípulos del Señor verá confirmado, con la autoridad de estos teólogos, lo que hemos afirmado. Leemos, en efecto, en estos escritos: El amor de Cristo nos apremia, al pensar que, si uno murió por todos, consiguientemente todos murieron en él; y murió por todos, para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos, nuestro Señor Jesucristo. Y en otro lugar dice: Vemos a Jesús, a quien Dios puso momentáneamente bajo los ángeles, coronado de gloria y de honor por haber padecido la muerte; así por amorosa dignación de Dios gustó la muerte en beneficio de todos.
La Escritura nos da la razón por la que fue precisamente el Verbo de Dios y no otro el que tenía que hacerse hombre: Era conveniente para Dios -dice-, para quien y por quien son todas las cosas, que, queriendo llevar una multitud de hijos a la gloria, consumase en la gloria, haciéndolo pasar por los sufrimientos, al jefe de la salud de todos ellos. Con estas palabras se nos significa que librar a los hombres de la corrupción corresponde únicamente al Verbo de Dios, por quien fueron creados en el principio.
La razón por la cual el Verbo quiso tomar carne y hacerse hombre no fue otra sino la de salvar a los hombres con quienes se había hecho semejante al asumir un cuerpo; así lo dice, en efecto, la Escritura: Como los hijos comparten carne y sangre, también él entró a participar de las mismas; así por su muerte reducía a la impotencia al que retenía el imperio de la muerte, es decir, al demonio; y libraba a los que por temor a la muerte vivían toda su vida sometidos a esclavitud. Así, al inmolar su propio cuerpo, destruyó la ley que había sido dada contra nosotros, y renovó nuestra vida, dándonos la esperanza de la resurrección.
Pues si la muerte penetró en la humanidad fue por culpa de los hombres, en cambio, fue gracias a la encarnación del Verbo de Dios que la muerte fue destruida y se recuperó la vida, como lo afirma aquel apóstol, cuyo vivir era Cristo: Porque, como por un hombre vino la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos; y, así como todos mueren, asociados a Adán, así todos revivirán, asociados a Cristo, y lo demás que sigue. Ya no morimos, pues, como unos condenados, sino que morimos con la esperanza de resucitar de entre los muertos en el día de la resurrección universal que Dios realizará cuando llegue el tiempo.

Responsorio    Rm 3, 23-25; 1Co 15, 22
R. Todos los hombres pecaron y se hallan privados de la gloria de Dios; son justificados gratuitamente, mediante la gracia de Cristo, en virtud de la redención realizada en él; * a quien Dios ha propuesto como instrumento de propiciación, por su propia sangre y mediante la fe.

V. Así como todos mueren, asociados a Adán, así todos revivirán, asociados a Cristo.

R. A quien Dios ha propuesto como instrumento de propiciación, por su propia sangre y mediante la fe.

Oremos:
Dios nuestro, que nos has enviado la redención y concedido la filiación adoptiva, protege con bondad a los hijos que tanto amas, y concédenos, por nuestra fe en Cristo, la verdadera libertad y la herencia eterna.
—Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

Conclusión
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

La Pasión
Vía Crucis

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