Acude al sacramento de la confesión, para que puedas recibir el perdón, escuchar del sacerdote:
DIOS PADRE MISERICORDIOSO, QUE POR LA MUERTE Y RESURRECCIÓN DE SU HIJO, RECONCILIÓ CONSIGO AL MUNDO Y DERRAMÓ EL ESPÍRITU SANTO PARA LA REMISIÓN DE LOS PECADOS, TE CONCEDA POR EL MINISTERIO DE LA IGLESIA EL PERDÓN Y LA PAZ.
Y YO TE ABSUELVO DE TUS PECADOS EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO. AMÉN
S. La Pasión de nuestro Señor Jesucristo, la intercesión de la Bienaventurada Virgen María y de todos los Santos, el bien que hagas y el mal que puedas sufrir, te sirvan como remedio de tus pecados, aumento de gracia y premio de vida eterna.
Vete en paz.

Cristo en la Cruz y nuestras cruces

Cristo en la cruz acoge, abraza a la humanidad, no desprecia a nadie:
Juan 6, 37… al que venga a mí no lo echaré fuera;..
40 Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día.»

Un Cristo que perdona siempre al que se arrepiente. No rehúsa el abrazo de arrepentimiento a nadie.
Sea cual fuera el pecado que hayas cometido, te puedes acercar a Él con confianza porque está clavado en una cruz. No puede salir huyendo y tampoco te puede negar su abrazo, porque sus manos están clavadas en la cruz.
Tampoco te puede hacer un mal gesto, volver la cara, tener una mirada de reproche, decirte algo o emitir algún sonido que te desagrade porque es un Cristo crucificado con el costado rasgado, el corazón abierto, para que sientas hasta donde ha llegado su amor, su ternura hacia ti.
Su misericordia y amor te esperan. Su paciencia es infinita. Perdona siempre, aunque tu pecado sea, o consideres muy grave.

Y… tu propia cruz. Cruz que te perfecciona, te santifica. Cuando uno sufre la soledad de la cruz, se da cuenta de su pequeñez y de su falta de momentos de amor para con Dios y el prójimo.
La cruz ayuda a luchar contra la soberbia, el orgullo, la vanidad, el cinismo, la hipocresía, etc. En definitiva, la falta de amor.
Pero también corredime en Cristo. Con ella, te purificas y ayudas a purificar, a hacer justicia en Cristo. Tus cruces, sufrimientos los puedes poner a los pies de la cruz de Jesús y pedir por el bien que tú quieras.
Apocalipsis 5,9: «Tú eres digno de tomar el libro y de romper los sellos, porque has sido inmolado,
y por medio de tu Sangre, has rescatado para Dios a hombres de todas las familias, lenguas, pueblos y naciones.
10Tú has hecho de ellos un Reino sacerdotal para nuestro Dios, y ellos reinarán sobre la tierra».

La cruz en Cristo es la máxima manifestación del AMOR. Sacrificio, donación gratuita, servicio. Dar la vida por los demás. No hay mayor amor que este.
I Juan 3,16En esto hemos conocido el amor: en que él entregó su vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos.
23Su mandamiento es este:
que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como él nos ordenó.
24El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.

Del pecado cometido contra Jesús con su pasión y muerte, Dios ha convertido el mal, en bien. El amor de su servicio, donación, sacrificio, martirio y muerte, en resurrección y salvación para los que siguen sus huellas.

Martes V tiempo de Cuaresma
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san León Magno, papa (Sermón 8 Sobre la pasión del Señor, 6-8: PL 54, 340-342)
LA CRUZ DE CRISTO FUENTE DE TODA BENDICIÓN y ORIGEN DE TODA GRACIA
    Nuestro entendimiento, iluminado por el Espíritu de la verdad, debe aceptar con corazón puro y libre la gloria de la cruz, que irradia sobre el cielo y la tierra, y penetrar con su mirada interior el sentido de las palabras del Señor, cuando habla de la inminencia de su pasión: Ya ha llegado la hora en que va a ser glorificado el Hijo del hombre. Y un poco más adelante: Ahora -dice- mi alma está agitada, y ¿qué voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? ¡Pero si precisamente para esto he llegado a esta hora! Padre, glorifica a tu Hijo. Y como llegase del cielo la voz del Padre, que decía: Lo he glorificado y lo glorificaré de nuevo, Jesús, dirigiéndose a los circunstantes, dijo: No por mí, sino por vosotros se ha dejado oír esta voz. Ahora viene la condenación de este mundo; ahora el señor de este mundo va a ser arrojado fuera. Y yo, cuando sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.
    ¡Oh admirable poder de la cruz! ¡Oh inefable gloria de la pasión! En ella se encuentra el tribunal del Señor, el juicio del mundo, el poder del crucificado.
    Atrajiste a todos hacia ti, Señor, a fin de que el culto de todas las naciones del orbe celebrara, mediante un sacramento pleno y manifiesto, lo que se realizaba en el templo de Judea sólo como sombra y figura.
    Ahora, en efecto, es más ilustre el orden de los levitas, más alta la dignidad de los ancianos, más sagrada la unción de los sacerdotes; porque tu cruz es la fuente de toda bendición, el origen de toda gracia; por ella, los creyentes reciben, de la debilidad, la fuerza, del oprobio, la gloria y, de la muerte, la vida. Ahora, asimismo, abolida la multiplicidad de los antiguos sacrificios, la única oblación de tu cuerpo y sangre lleva a su plenitud los diferentes sacrificios carnales; porque tú eres el verdadero Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo; y así, en tu persona, llevas a la perfección todos los misterios, para que todos los pueblos constituyan un solo reino, del mismo modo que todas las víctimas ceden el lugar al único sacrificio.
    Confesemos, pues, hermanos, lo que la voz del bienaventurado maestro de las naciones, el apóstol Pablo, confesó gloriosamente: Sentencia verdadera y digna de universal adhesión es ésta: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.
    En efecto, tanto más admirable es la misericordia de Dios para con nosotros, cuanto que Cristo murió, no por los justos o los santos, sino por los pecadores y los injustos; y, como era imposible que la naturaleza divina experimentase el aguijón de la muerte, tomó, naciendo de nosotros, una naturaleza que pudiera ofrecer por nosotros.
    Ya mucho antes amenazaba a nuestra muerte con el poder de su propia muerte, diciendo por boca del profeta Oseas: Oh muerte, yo seré tu muerte; país de los muertos, yo seré tu aguijón. Al morir, en efecto, se sometió al poder del país de los muertos, pero lo destruyó con su resurrección; sucumbiendo al peso de una muerte que no hacía excepción, la convirtió de eterna en temporal. Porque lo mismo que en Adán todos mueren, en Cristo todos serán llamados de nuevo a la vida.

Responsorio Col 2, 14-15; Jn 8, 28
R. Cristo canceló la nota de cargo de nuestra deuda, que contenía cláusulas desfavorables contra nosotros, la arrancó de en medio y la clavó en la cruz.
* Con esto despojó a los Principados y Potestades, y los expuso a la vista de todos, incorporándolos a su cortejo triunfal.
V. Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, entonces sabréis que «Yo soy».
R. Con esto despojó a los Principados y Potestades, y los expuso a la vista de todos, incorporándolos a su cortejo triunfal.

MARTES IV de Pascua
SEGUNDA LECTURA del Oficio

De los Sermones de san Pedro Crisólogo, obispo
(Sermón 108: PL 52. 499-5001

SÉ SACRIFICIO Y SACERDOTE PARA DIOS
    Os exhorto por la misericordia de Dios. Pablo, o, mejor dicho, Dios por boca de Pablo, nos exhorta porque prefiere ser amado antes que temido. Nos exhorta porque prefiere ser padre antes que Señor. Nos exhorta Dios, por su misericordia, para que no tenga que castigarnos por su rigor.
    Oye lo que dice el Señor: «Ved, ved en mí vuestro propio cuerpo, vuestros miembros, vuestras entrañas, vuestros huesos, vuestra sangre. Y si teméis lo que es de Dios, ¿por qué no amáis lo que es también vuestro? Si rehuís al que es Señor, ¿por qué no recurrís al que es padre?
    Quizás os avergüence la magnitud de mis sufrimientos, de los que vosotros habéis sido la causa. No temáis. La cruz, más que herirme a mí, hirió a la muerte. Estos clavos, más que infligirme dolor, fijan en mí un amor más grande hacia vosotros. Estas heridas, más que hacerme gemir, os introducen más profundamente en mi interior. La extensión de mi cuerpo en la cruz, más que aumentar mi sufrimiento, sirve para prepararos un regazo más amplio. La efusión de mi sangre, más que una pérdida para mí, es el precio de vuestra redención.
    Venid, pues, volved a mí, y comprobaréis que soy padre, al ver cómo devuelvo bien por mal, amor por injurias, tan gran caridad por tan graves heridas.»

    Pero oigamos ya qué es lo que nos pide el Apóstol: Os exhorto -dice-, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos. Este ruego del Apóstol promueve a todos los hombres a la altísima dignidad del sacerdocio. A presentar vuestros cuerpos como hostia viva.
    Inaudito ministerio del sacerdocio cristiano: el hombre es a la vez víctima y sacerdote; el hombre no ha de buscar fuera de sí qué ofrecer a Dios, sino que aporta consigo, en su misma persona, lo que ha de sacrificar a Dios; la víctima y el sacerdote permanecen inalterados; la víctima es inmolada y continúa viva, y el sacerdote oficiante no puede matarla.
    Admirable sacrificio, en el que se ofrece el cuerpo sin que sea destruido, y la sangre sin que sea derramada. Os exhorto -dice-, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva.
    Este sacrificio, hermanos, es semejante al de Cristo, quien inmoló su cuerpo vivo por la vida del mundo: él hizo realmente de su cuerpo una hostia viva, ya que fue muerto y ahora vive. Esta víctima admirable pagó su tributo a la muerte, pero permanece viva, después de haber castigado a la muerte. Por esta razón, los mártires nacen al morir, su fin significa el principio, al matarlos se les dio la vida, y ahora brillan en el cielo, cuando se pensaba haberlos suprimido en la tierra.
   Os exhorto -dice-, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa. Es lo que había cantado el profeta: No quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo.
Sé, pues, oh hombre, sacrificio y sacerdote para Dios; no pierdas lo que te ha sido dado por el poder de Dios; revístete de la vestidura de santidad, cíñete el cíngulo de la castidad; sea Cristo el casco de protección para tu cabeza; que la cruz se mantenga en tu frente como una defensa; pon sobre tu pecho el misterio del conocimiento de Dios; haz que arda continuamente el incienso aromático de tu oración; empuña la espada del Espíritu; haz de tu corazón un altar; y así, puesta en Dios tu confianza, lleva tu cuerpo al sacrificio.
    Lo que pide Dios es la fe, no la muerte; tiene sed de tu buena intención, no de sangre; se satisface con la buena voluntad, no con matanzas.

Responsorio     Ap 5. 9. 10
R. Eres digno, Señor, de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado * y por tu sangre nos compraste para Dios. Aleluya.

V. Has hecho de nosotros para nuestro Dios un reino de sacerdotes.

R. Y por tu sangre nos compraste para Dios. Aleluya.




Evangelio: Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón
† Lectura del santo Evangelio según San Mateo 11, 25-30
R. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús exclamó:
«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraran descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

5 de julio
San Antonio María Zaccaría
Presbítero

De un sermón de san Antonio María Zaccaría, presbítero, a sus hermanos de religión
El discípulo del apóstol Pablo
Nosotros, unos necios por Cristo: esto lo decía nuestro bienaventurado guía y santísimo patrono, refiriéndose a sí mismo y a los demás apóstoles, como también a todos los que profesan las enseñanzas cristianas y apostólicas. Pero ello, hermanos muy amados, no ha de sernos motivo de admiración o de temor, ya que un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo. Nuestros enemigos se hacen mal a sí mismos y nos prestan a nosotros un servicio, ya que nos ayudan a conseguir la corona de la gloria eterna, mientras que provocan sobre ellos la ira de Dios, y, por esto, debemos compadecerlos y amarlos en vez de odiarlos y aborrecerlos. Más aún, debemos orar por ellos y no dejarnos vencer del mal, sino vencer el mal con el bien, y amontonar las muestras de bondad sobre sus cabezas, según nos aconseja nuestro Apóstol, como carbones encendidos de ardiente caridad; así ellos viendo nuestra paciencia y mansedumbre, se convertirán y se inflamarán en amor de Dios.
A nosotros, aunque indignos, Dios nos ha elegido del mundo, por su misericordia, para que, dedicados a su servicio, vayamos progresando constantemente en virtud y, por nuestra constancia, demos fruto abundante de caridad, jubilosos por la esperanza de poseer la gloria que nos corresponde por ser hijos de Dios, y glorificándonos incluso en medio de nuestras tribulaciones.
Fijaos en vuestro llamamiento, hermanos muy amados; si lo consideramos atentamente, fácilmente nos daremos cuenta de que exige de nosotros que no rehusemos el participar en los sufrimientos de Cristo, puesto que nuestro propósito es seguir, aunque sea de lejos, las huellas de los santos apóstoles y demás soldados del Señor. Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús.
Los que hemos tomado por guía y padre a un apóstol tan eximio y hacemos profesión de seguidores suyos debemos esforzarnos en poner por obra sus enseñanzas y ejemplos; no sería correcto que, en las filas de semejante capitán, militaran unos soldados cobardes o desertores, o que un padre tan ilustre tuviera unos hijos indignos de él.


24 de Julio
SAN FRANCISCO SOLANO, presbítero.
Del decreto Presbyterórum órdinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, del Concilio Vaticano segundo. (Núm. 12)
VOCACIÓN DE LOS PRESBÍTEROS A LA PERFECCIÓN
Por el Sacramento del Orden, los presbíteros se configuran a Cristo Sacerdote, como miembros con la Cabeza, para la estructuración y edificación de todo su Cuerpo, que es la Iglesia, como cooperadores del orden episcopal. Ya en la consagración del bautismo, como todos los fieles cristianos, recibieron ciertamente la señal y el don de tan gran vocación y gracia para sentirse capaces y obligados, en la misma debilidad humana, a seguir la perfección, según la palabra del Señor: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.
Los sacerdotes están obligados especialmente a adquirir aquella perfección, puesto que, consagrados de una forma nueva a Dios en la recepción del Orden, se constituyen en instrumentos vivos del Sacerdote Eterno para poder proseguir, a través del tiempo, su obra admirable, que restauró, con divina eficacia, a todo el género humano.
Siendo, pues, que todo sacerdote representa a su modo la persona del mismo Cristo, tiene también la gracia singular de, al mismo tiempo que sirve a la plebe encomendada y a todo el pueblo de Dios, poder conseguir más aptamente la perfección de aquel cuya función representa, y de que sane la debilidad de la carne humana la santidad de quien es hecho por nosotros Pontífice santo, sin maldad, sin mancha, excluido del número de los pecadores.
Cristo, a quien el Padre santificó o consagró y envió al mundo, se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad y adquirirse un pueblo propio y aceptable, celador de obras buenas, y así, por su pasión, entró en su gloria; del mismo modo, los presbíteros, consagrados por la unción del Espíritu Santo, y enviados por Cristo, mortifican en sí mismos las tendencias de la carne y se entregan totalmente al servicio de los hombres, y de esta forma pueden caminar hacia el varón perfecto, en la santidad con que han sido enriquecidos en Cristo.
Así, pues, ejerciendo el ministerio del Espíritu y de la justicia, se fortalecen en la vida del Espíritu, con tal que sean dóciles al Espíritu de Cristo, que los vivifica y conduce. Pues ellos se ordenan a la perfección de la vida por las mismas acciones sagradas que realizan cada día, como por todo su ministerio, que desarrollan en unión con el obispo y con los demás presbíteros.
Mas la santidad de los presbíteros contribuye poderosamente al cumplimiento fructuoso del propio ministerio, porque, aunque la gracia de Dios puede realizar la obra de la salvación también por medio de ministros indignos, sin embargo, Dios prefiere, por ley ordinaria, manifestar sus maravillas por medio de quienes, hechos más dóciles al impulso y guía del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y su santidad de vida, pueden decir con el apóstol: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

Responsorio 1Ts 2, 8; Ga 4, 19
R. Queríamos daros no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser, * porque habíais llegado a sernos muy queridos.
V. Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros.
R. Porque habíais llegado a sernos muy queridos.



JUEVES III de Cuaresma

Año I
De la carta a los Hebreos 4, 14--5, 10
JESUCRISTO, SUMO SACERDOTE

     Hermanos, teniendo un sumo sacerdote que penetró y está en los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengamos firme la fe que profesamos. No tenemos un sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, al contrario, él mismo pasó por todas las pruebas a semejanza nuestra, fuera del pecado. Acerquémonos, pues, con seguridad y confianza a este trono de la gracia. Aquí alcanzaremos misericordia y hallaremos gracia para ser socorridos en el momento oportuno.
     Todo sumo sacerdote, tomado de entre los hombres, es constituido en favor de los hombres en lo tocante a las relaciones de éstos con Dios, a fin de que ofrezca dones y sacrificios por los pecados. Él puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, porque él mismo está rodeado de fragilidad. Y a causa de esta misma fragilidad debe ofrecer sacrificios de expiación por los pecados, tanto por los del pueblo como por los suyos propios. Nadie se arroga este honor. Sólo lo toma aquel que es llamado por Dios -como lo fue Aarón-.
     De igual modo, tampoco Cristo se dio a sí mismo la gloria del sumo sacerdocio, sino que la recibió de aquel que le dijo: «Hijo mío eres tú: yo te he engendrado hoy.» Y como le dice también en otro pasaje: «Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec.»
     Cristo, en los días de su vida mortal, habiendo elevado oraciones y súplicas con poderoso clamor y lágrimas hacia aquel que tenía poder para salvarlo de la muerte, fue escuchado en atención a su actitud reverente y filial; con todo, aunque era Hijo, aprendió por experiencia, en sus padecimientos, la obediencia, y, habiendo así llegado hasta la plena consumación, se convirtió en causa de salvación para todos los que lo obedecen, proclamado por Dios sumo sacerdote «según el rito de Melquisedec».

     Responsorio Hb S, 8. 9. 7
R.
Cristo, aunque era Hijo de Dios, aprendió por experiencia, en sus padecimientos, la obediencia, * y se convirtió en causa de salvación para todos los que lo obedecen.

V. En los días de su vida mortal, habiendo elevado oraciones con poderoso clamor, fue escuchado en atención a su actitud reverente y filial.

R. y se convirtió en causa de salvación para todos los que lo obedecen.


SEGUNDA LECTURA
Del Tratado de Tertuliano, presbítero, Sobre la oración (Cap. 28-29: CCL 1, 273-274)
NUESTRA OFRENDA ESPIRITUAL
     La oración es una ofrenda espiritual que ha eliminado los antiguos sacrificios. ¿Qué me importa -dice- el número de vuestros sacrificios? Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de becerros; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Quién pide algo de vuestras manos?
     El Evangelio nos enseña qué es lo que pide el Señor: Llega la hora -dice- en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque Dios es espíritu y, por esto, tales son los adoradores que busca. Nosotros somos los verdaderos adoradores y verdaderos sacerdotes, ya que, orando en espíritu, ofrecemos el sacrificio espiritual de la oración, la ofrenda adecuada y agradable a Dios, la que él pedía, la que él preveía.
     Esta ofrenda,
ofrecida de corazón,
alimentada con la fe,
cuidada con la verdad,
íntegra por la inocencia,
limpia por la castidad,
coronada con el amor,
es la que debemos llevar al altar de Dios,
con el acompañamiento solemne de las buenas obras,
en medio de salmos e himnos,
seguros de que con ella alcanzaremos de Dios cualquier cosa que le pidamos.
     ¿Qué podrá negar Dios, en efecto, a una oración que procede del espíritu y de la verdad, si es él quien la exige? Hemos leído, oído y creído los argumentos que demuestran su gran eficacia.
     En tiempos pasados, la oración liberaba del fuego, de las bestias, de la falta de alimento, y sin embargo no había recibido aún de Cristo su forma propia.
     ¡Cuánta más eficacia no tendrá, pues, la oración cristiana! Ciertamente, no hace venir el rocío angélico en medio del fuego, ni cierra la boca de los leones, ni transporta a los hambrientos la comida de los segadores (como en aquellos casos del antiguo Testamento); no impide milagrosamente el sufrimiento, sino que,
sin evitarles el dolor a los que sufren,
los fortalece con la resignación,
con su fuerza les aumenta la gracia para que vean, con los ojos de la fe,
el premio reservado a los que sufren por el nombre de Dios.
     En el pasado, la oración hacía venir calamidades, aniquilaba los ejércitos enemigos, impedía la lluvia necesaria. Ahora, por el contrario, la oración del justo
aparta la ira de Dios,
vela en favor de los enemigos,
suplica por los perseguidores.
¿Qué tiene de extraño que haga caer el agua del cielo, si pudo impetrar que de allí bajara fuego?
La oración es lo único que tiene poder sobre Dios;
pero Cristo no quiso que sirviera para operar mal alguno, sino que toda la eficacia que él le ha dado ha de servir para el bien.
     Por esto, su finalidad es servir de
sufragio a las almas de los difuntos,
robustecer a los débiles,
curar a los enfermos,
liberar a los posesos,
abrir las puertas de las cárceles,
deshacer las ataduras de los inocentes.

La oración sirve también para
perdonar los pecados,
para apartar las tentaciones,
para hacer que cesen las persecuciones,
para consolar a los abatidos,
para deleitar a los magnánimos,
para guiar a los peregrinos,
para mitigar las tempestades,
para impedir su actuación a los ladrones,
para alimentar a los pobres,
para llevar por buen camino a los ricos,
para levantar a los caídos,
para sostener a los que van a caer,
para hacer que resistan los que están en pie.

     Oran los mismos ángeles, ora toda la creación, oran los animales domésticos y los salvajes, y doblan las rodillas y, cuando salen de sus establos o guaridas, levantan la vista hacia el cielo y con la boca, a su manera, hacen vibrar el aire. También las aves, cuando despiertan, alzan el vuelo hacia el cielo y extienden las alas, en lugar de las manos, en forma de cruz y dicen algo que asemeja una oración.
     ¿Qué más podemos añadir acerca de la oración? El mismo Señor en persona oró; a él sea el honor y el poder por los siglos de los siglos.

Responsorio Jn 4, 23-24
R. Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; * pues tales son los adoradores que el Padre quiere.

V. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad.

R. Pues tales son los adoradores que el Padre quiere.

índice de REZA EL SANTO ROSARIO*