Líbranos del mal

Transcribo un pasaje del libro "Dios llora en la Tierra" del sacerdote y monje Werenfried Van Straaten, fundador de la obra "Ayuda a la Iglesia necesitada", que me ha parecido realmente interesante. Dice así:
"Antes de que yo emprendiese mi itinerario a través de las regiones más necesitadas de la tierra, Dios me hizo comprender el sentido profundo del mal. Sin esta perspicacia especial, que adquirí durante la guerra en la soledad de mi celda monacal de Tongerlo, mi fe hubiera naufragado en el mar de la miseria que incesantemente he debido cruzar. Al cabo de tantos años quisiera reunir ahora aquí los pensamientos que me embargaban entonces, cuando era joven sacerdote que luchaba con el misterio del mal.
Sucedió en mi celda, en una noche de verano. No se oía ni el vuelo de una mosca. Había enmudecido el sordo tronar de la furia bélica, el enervante zumbido de los bombardeos y el rabioso gruñir de la defensa antiaérea. Sólo poblaba la noche un tenue, frágil silencio, tendido de estrella a estrella, allá en lo alto, sobre la tierra y sobre la callada abadía. Me pareció entonces como si Dios actuase en aquel silencio, como si su mano pasara y rozara el mundo, tocando la esencia más recóndita de las almas y de las cosas. Una gran mano acariciante de una madre.
¿Era aquella la misma mano que con sólo un gesto había creado mil sistemas solares del abismo de la nada?¿Era la mano que había lanzado la Vía Láctea a los espacios siderales y amasado las cimas rocosas como si fueran de cera, dándoles forma de salvaje belleza? Sí, era la misma mano. Entonces potente y grandiosa, y ahora suave como la mano de una enfermera a la cabecera de un enfermo.
Dios es incomprensible. Está presente a la cabecera de la humanidad enferma, nos palpa con suma delicadeza las heridas dolorosas y nos sustenta los miembros despedazados. Porque no puede odiar nada de lo que El mismo ha creado y no puede despreciar nada de cuanto es obra de sus propias manos. Por eso, en el silencio de su noche eterna, cuando los hombres duermen y solamente las mudas estrellas son testimonio de su amor, El recrea y rejuvenece continuamente a esta tierra que se va astillando.
La Mano de Dios acaricia la tierra. Su rostro benigno se inclina lleno de solicitud sobre las heridas. El eterno Portador y Restaurador de las cosas recorre el paraíso violado para extraer algo bueno de la perversidad humana. Si esto no fuera posible, El, en efecto no lo permitiría. Porque en tal caso, El nos interceptaría los senderos del mal. ¿Quién podría hacer algo contra Dios? Hasta el demonio permanece en su presencia y cumple fielmente el papel que le ha sido asignado en el espectáculo coral de la creación, que se representa solamente a la mayor gloria de Dios.
Dios no ha creado el mal, porque es amor y, al atardecer de cada día de la creación, vio que todo era bueno. No, El no ha querido el mal, pero tampoco lo impide. Pues no quiere destruir el sumo bien de la libertad humana y porque aun el pecado es utilizable entre sus manos todopoderosas. El es más capaz que nosotros. Cada vez que hacemos pedazos su obra, los fragmentos se vuelven a juntar para formar un mosaico en el que su sabiduría reluce más espléndidamente que antes. Dios tolera el mal, pero atraviesa las noches de la tierra operando bondadosamente para transmutarlo en bien.
Sereno y serio, como un niño que juega en la orilla, deja correr arroyos de dolor a través de la palma de su mano, hasta que se convierten en lágrimas de remordimiento y de penitencia. Con rápido ademán, convierte los verdugos de la humanidad en instrumentos de eterna salvación. Los elige como carpinteros de la inmensa cruz de la Redención, de la que su Hijo quiere permanecer suspendido y sangrante hasta el fin de los tiempos, para atraer a Sí a todas las gentes. Dios bendice el odio estéril y la diabólica ansía de destrucción de los tiranos y de los perseguidores de lo Iglesia. Y mirad, ved los buenos frutos: la alegre resignación y la dulce paciencia de los corderos que quieren seguir al Cordero de eternidad en eternidad. Las ruinas humanas, señaladas por su gracia, se convierten en compañeros de destino del Hijo suyo en el Gólgota. Así es como la humanidad flagelada lleva la corona triunfal del Varón de dolores hacía el glorioso desfile del juicio universal.
Pero Dios va más lejos y corona como mártires y santos a las víctimas de la violencia bruta y de los atropellos. Su mirada se posa en los solitarios y en los incomprendidos, en los pisoteados y en los abandonados de este mundo, en los anónimos portadores de la pesada cruz que, más de siete veces al día, sucumben bajo el enorme peso. Dios bendice sus luchas y sus derrotas; sigue a lo lejos con la mirada las profundas caídas en los abismos de la humillación; y sonríe ante su terror infantil, porque conoce su elevación futura. A los últimos los hace primeros; sacia a los hambrientos con bienes espirituales y trueca cada vida perdida en provecho eterno. A todos los granos caídos y muertos en lo oscura tierra, El les da el crecimiento y la fertilidad de su divino amor.
Por otra parte, Dios se vuelve con todo su poder contra los desalmados campeones de la injusticia, a quienes ha concedido poder y libertad para crucificar a los hijos de sus escogidos. Dios ha medido el tiempo de los malvados. Y, cuando ve que la medida de sus pecados está colmada, los arroja de sus tronos para saciarlos, a su vez, de tormentos. Pero el repudio de Dios deberá curarlos. Por ello, con infinita paciencia, Dios espera, y esperará hasta que pueda recoger a todos los hijos pródigos y estrecharlos contra su corazón de padre que nunca ha cesado de amarlos. Con su horrenda malignidad han acrecentado, sin querer, el triunfo de Cristo. Y continuarán siendo el objeto de su misericordia hasta que su maldad no muera en la cruz de sus sufrimientos, haciéndoles dignos de compartir la heredad de los santos en la eterna luz.
Pero también existen quienes en su arrogante lucha contra el amor de Dios persisten en el mal hasta el fin. Constituyen el negro escuadrón de los condenados por toda la eternidad. También su maldad es trocada por la mano, ahora fuerte y férrea, de Dios, en testimonio de su divina justicia. El rechinar de dientes de los condenados no se atenuará nunca y proclamará eternamente que fue justo el castigo de Dios...
Dios renueva la faz de la tierra. Como un compasivo médico, está a la cabecera de la humanidad doliente. Rodea de gloria la obra desfigurada por necias criaturas. Cuando sus dedos acarician amorosamente las cosas, la Creación permanece iluminada por el brillo de una intacta belleza.
Aquella noche descubrí un poco del misterio del mal. Mi Biblia estaba abierta en el texto: "He aquí que yo renuevo todas las cosas..". Y cuando Dios se acercó a mi desde las lejanías de su alto cielo tachonado de estrellas, y llenó con su presencia mi celda, no tuve miedo, porque sabía que a mí mismo y a todos los demás nos llevaba El seguros en la palma de su Mano."
Werenfried Van Straaten


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